La calle estaba vacía a esas horas. Víctor Alias se asomó a una esquina y observó. Su objetivo aún no había llegado, pero lo haría en breve. Estaba seguro. A su lado, Gregory Stanton se removió inquieto.
—No va a ser como tú crees —dijo al ver la sonrisa de ilusión de Alias.
—¿Por qué no? Por regla general suelen estar muy buenas.
—Esto no es un libro. Es la vida real. No creo que…
—Ya está aquí —le interrumpió Alias en un susurro, levantando el arma. Gregory le imitó y respiró hondo.
Una figura había aparecido al otro lado de la carretera que atravesaba la avenida. Caminaba con elegancia, buscando algo con la mirada. Pareció encontrarlo pues, sus pasos adquirieron velocidad y la silueta se dirigió hacia un coche aparcado.
—Pues por lo que veo, sí que está buena —comentó Alias sin perder de vista al recién llegado—. Y además, he acertado. Te dije que atacaría esta noche.
—Aún no la has visto —le recordó Gregory.
—Mejor para ella.
La silueta llegó hasta el coche y, tras observar a través de las ventanas, abrió la puerta del copiloto y entro en él.
—¡Vamos! —Víctor salió de su escondite, precedido por su arma. Gregory le siguió, moviéndose hacia la derecha en forma de abanico para evitar la huída de la criatura que habían ido a cazar.
Hubo un forcejeo en el interior del vehículo. Ambos hombres aceleraron sus pasos y, sin decir una sola palabra, Alias abrió la puerta.
En el interior del coche, una mujer se inclinaba sobre el cuerpo aterrado de un hombre. Alias la agarró del cabello y la sacó a rastras del vehículo. Cuando la mujer quedó en el suelo, sorprendida por lo que estaba pasando, los dos compañeros pudieron verla mejor. Era una preciosa mujer de cabellos largos y negros, que contrastaban con su piel blanca. Dos ojos almendrados del color del cielo les miraban con expresión de odio. Lo que más les llamó la atención fueron las dos orejas puntiagudas que sobresalían de su pelo.
—¡Te lo dije! —exclamó Víctor al verla—. ¡Como las de El señor de los anillos!
—Tal vez Tolkien vio alguna con vida —propuso Gregory, sin dejar de apuntar a la mujer—. No pensé que los elfos fueran realmente así.
Efectivamente, lo que tenían delante era una elfa. La criatura más hermosa que Alias había tenido el placer de ver.
El periódico les había dado la primera pista cuando, una semana antes, apareció en la primera página la noticia de un asesinato. La víctima apareció en su coche con la garganta destrozada y un enorme charco de sangre a sus pies. Las autoridades apuntaron al ataque de algún animal. Víctor opinaba otra cosa. Era un elfo. Después de catorce años cazando criaturas, Alias sabía reconocer cuando se trataba de un ser humano o de algo de otro mundo. Los elfos siempre habían estado idealizados, pero él sabía que aquello no se correspondía con la realidad. Los elfos eran criaturas que necesitaban la sangre humana para sobrevivir. Generalmente atacaban bajo la apariencia de una hermosa mujer a hombres incautos que caían rendidos bajo sus encantos. Y ése era, precisamente, el caso que tenían en frente.
Un rápido movimiento de la elfa le sacó de sus pensamientos. Se levantó más rápido que cualquier ser humano y se abalanzó sobre Gregory, que cayó al suelo bajo el peso de la criatura. Sus labios se curvaron en un rictus de satisfacción al ver la garganta de Gregory tan cerca. La boca de perfectos labios se abrió y sus dientes cambiaron, tornándose largos y puntiagudos.
Justo cuando la mandíbula se iba a cerrar sobre la carne, Víctor propinó una potente patada en el estomago de la elfa y la derribó sobre el suelo.
—Al final no van a ser tan estupendas como en el Señor de los Anillos —comentó alzando el arma—. Di adiós, nena.
Y disparó. Las balas atravesaron el aire hasta estrellarse en el hombro de la criatura, que emitió un grito de dolor y retrocedió unos pasos.
—Tienes que practicar esa puntería —le aconsejó Gregory, rondando sobre sí mismo para alejarse de ella.
La elfa gruñó y clavo sus ojos azules en Víctor, que se preparó para recibir la acometida. Cuando el ente saltó, Alias se tiró de espaldas con la pistola en alto. La elfa voló hacia él, rasgando el aire con un gemido.
—Ahora sí —dijo Víctor—. Di adiós, hija de puta.
Las balas destrozaron la cabeza de la criatura, como si de un melón se tratara. Inmediatamente, la elfa se deshizo en un montón de arena dorada que cayó sobre Alias, para desaparecer antes de llegar al suelo.
Gregory se acercó a su compañero y extendió una mano.
—¿A que ya no está tan buena? —le preguntó mientras le ayudaba a levantarse.
—Lo nuestro no funcionaría —sonrió Víctor—. Era demasiado agresiva.
—¿Qué… qué ha sido eso? —preguntó de pronto una voz en el interior del vehículo.
La víctima se asomaba a través de la puerta del copiloto con expresión aterrada.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó Gregory, preocupado. Había visto en más de una ocasión cómo podía afectar a un ser humano ver lo que ese hombre acababa de presenciar.
—Yo… yo… —tartamudeó.
—Da igual —dijo Víctor, girándose hacia él—. Siento haberte cortado el casquete —añadió con una sonrisa—. Pero, desde luego, no habría tenido un final feliz. Te lo aseguro.
Sin añadir una palabra más, Víctor y Gregory se marcharon, perdiéndose tras una esquina. La víctima se quedó temblando, sentado en su vehículo aferrando el volante con las manos y preguntándose si lo que había visto era real.
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