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Quinox, el ángel oscuro 3: Eternos ya a la venta

Bueno, pues ya está hecho. Eternos ya está disponible para todo aquél que quiera saber como Tom Randall se convierte en el héroe que está destinado a ser. 
Eternos me ha costado especial trabajo terminar. Para ser sincero, hasta hace un par de semanas, la Saga Quinox no acababa de levantar el vuelo en Amazon (ahora parece que se están animando la ventas un poco). Poco más cuarenta copias en total. Son poquitas, sí. Pero ¿qué queréis que os diga? ¡Son mis treinta o cuarenta copias y estoy muy contento con ellas! Cuarenta personas que se han adentrado en el mundo de Quinox y cuarenta personas a las que, por lo que me dicen algunas de ellas, les está gustando. Y solo por eso, se merecen un buen final, una historia que les guste. Y por eso he tardado tanto en terminar Eternos, porque quería agradecerles el haberse gastado los noventa centimillos que cuesta en la Saga.
Así que le he dado vueltas y más vueltas a la novela. La he dejado descansar, me he enfadado con Tom porque hacía lo que no tenía que hacer, he vuelto a ella con ganas, me he peleado con los personajes... Y al final, por fin, Eternos ha visto la luz.
¿Habrá más Quinox después de Eternos? Por supuesto que sí. Tom Randall, Llama blanca y compañía son buena gente. Lo he pasado bien y quiero volver a pasear con ellos por las calles de Raven City. Pero no ahora. Tenemos que descansar los unos de los otros un tiempecito.
Mientras tanto encararé otros proyectos que tengo en mente. Hasta entonces, Randall y sus amigos se despiden con cariño.
Yo, por mi parte, espero veros por aquí a menudo, que se acercan cosas chulas.

Podéis comprar Quinox, el ángel oscuro 3: Eternos desde el siguiente enlace:  https://www.amazon.es/dp/B007BKMC6W
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Las 20 preguntas a... Lola Piera

“Esto es como una carrera de fondo, el que resiste, gana. Creo que la clave del éxito es ser fiel y honesta con una misma y trabajar mucho.”

Lola Piera Lozano nace en Valencia (España). Cursa estudios de Ingeniería Técnica Agrícola en la Universidad Politécnica de Valencia. Colabora en el periódico de la Universidad, Ágora hasta su cierre.
Durante quince años ejerce su profesión como técnico. En ese tiempo colabora con la revista TERRALIA con artículos técnicos.
En su haber cabe destacar lo siguiente: Finalista del I Premio Hebe Plumier de Relato Corto, con el microrrelato Monte de Piedad. Selección de microrrelato en el II Premio Algazara, recogido en el volumen Más cuentos para sonreír con el relato corto Sin billete. Selección de relato corto, Salidas laborales en tiempos de crisis emitido en La Rosa de los Vientos De Onda Cero, el 11 de febrero de 2009.
Desde 2005 tiene un blog propio que se llama Tardes de viento y espuma, donde cuelga algunos de sus trabajos. Selección de cuento infantil Recolectores de estrellas para la ONG Infancia solidaria, con ilustración de Gloria Hernández.
En 2010 termina su primera novela Gran Soufflé. Finalista del concurso de microrrelatos Jardines Secretos 2011. En la actualidad colabora con la ilustradora española Estrella Fagés realizando varios álbumes infantiles de un personaje de la invención de Lola Piera, Babol el caracol, pendiente de editar.

Y ahora... Las 20 preguntas

¿Cuándo comenzaste a escribir? ¿Qué fue lo que te introdujo el gusanillo de la escritura en las venas?
Empecé a los siete años. Lo primero que escribí fue un “libro” sobre pesca que constaba de 19 páginas y estaba redactado con boli de color verde.

¿Tienes algún truco a la hora de escribir que quieras compartir con nuestros lectores?
No especialmente. Que haya silencio sí que es muy importante, por lo que suele ocurrir eso en la noche, principalmente.

¿Qué te inspira?
La realidad.

¿Te has enfrentado alguna vez a la página en blanco? ¿Qué hiciste para superarlo?
Desde luego. Lo mejor es apagar el ordenador y darse una vuelta para despejarse. No forzar situaciones.

¿Qué es para ti escribir?
Vivir una realidad alternativa.

¿Te basas en personas reales para construir tus personajes?
Desde luego. La realidad es, para mí, la mejor fuente de inspiración.

¿Cuál es tu objetivo a la hora de escribir una historia?
Que sea leída y disfrutada. Me pongo en el papel de lector y busco eso, que disfrute leyendo.

¿Prefieres escribir novela o relato?
Es indistinto. La historia es la que marca la largaría del texto.

¿Qué es lo más difícil de escribir una novela o relato?
Una novela, desde luego, por la labor previa que conlleva de documentación y estructuración.

¿Tienes algún tipo de manía al escribir?
Si escribo en el ordenador, sí. Letra Verdana, con calibre 12 y texto centrado. En papel, con algún boli que se deslice fácil por el folio.

¿Escribes con papel y bolígrafo o con ordenador?
Con ambas cosas.

¿Lo tienes todo bien atado cuando comienzas a escribir una historia o prefieres ir improvisando sobre la marcha?
Procuro saber a dónde quiero llegar. Pero es cierto que a veces, los personajes se revelan y toman su propio destino.

¿El escritor nace o se hace?
Nace, pero con reparos. Se tiene el ímpetu interior de contar historias pero es un oficio y como todo oficio hay que aprenderse y perfeccionarse.

¿Cuanto tiempo pasa desde que se te ocurre una historia hasta que terminas una novela?
Sólo tengo experiencia con una y tardé cuatro años en acabarla.

¿Alguna vez has pensado en tirar la toalla? ¿Por qué decidiste no hacerlo?
Pues no. Me da más satisfacciones que decepciones el escribir. Otra cosa es que piense que tengo que vivir de ello, entonces si qué surge la angustia.

¿Crees que los autores noveles están "marginados" hoy día?
Lo que hay es mucha oferta. Y esto es como una carrera de fondo, el que resiste, gana. Creo que la clave del éxito es ser fiel y honesta con una misma y trabajar mucho. Siempre llega, tarde o temprano una oportunidad y hay que saber aprovecharla.

¿Cual crees que es el mayor error de un escritor?
El ego.

¿Piensas que hace falta publicar con un gran sello para que el lector disfrute con la lectura?
No. Un gran sello te proporciona logística para llegar a más lectores. No tiene nada que ver con la calidad. La historia está llena de escritores rechazados por grandes editoriales.

¿Quién se esconde tras el autor?
En mi caso, una persona normal que disfruta contando historias esperpénticas.

¿Qué género/s te gusta escribir? ¿Por qué?
Una historia que esté rebozada con humor e ironía. Se producen más endorfinas cuando uno ríe. Y personalmente, me proporciona más divertimento.

Podéis encontrar a Lola Piera en: www.gransouffle.com

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Las 20 preguntas a... Julia Zapata

“Mi objetivo es poder llegar a los lectores, que cuando lean lo que he escrito, sientan muy dentro lo que he querido transmitir, y se sientan protagonistas.”

Nació en Madrid. Siempre gustó de la escritura, aunque nunca se dedicó a ello por falta de tiempo. Sus últimos años en el mundo laboral como auxiliar de enfermería, los dedicó a la tercera edad, teniendo que abandonar su puesto de trabajo por problemas de salud. Es entonces cuando se vuelca definitivamente en la escritura, por vocación y necesidad a la vez, ya que el escribir va ayudándola a ir salvando obstáculos y dando más autonomía. El poder transmitir a través de la escritura le ha aportado seguridad. Colaboró durante un año, (2010-2011) poniendo voz a sus propios poemas, en la emisora de radio Castillo FM, en el programa "Un diamante una estrella". En Junio de 2010 salió publicado su primer libro "Alma perdida" dejando transcritos en él un cúmulo de sentimientos en forma de poesía y prosa. Su poema "Aquellos ojos verdes" forma parte de una Antología "Años maduros". También su poema "Un otoño más" está incluido en otra Antología "Inspiración otoñal". En Marzo de 2011 sale publicada su primera novela "Luna de otoño" basada en hechos reales. En Septiembre de 2011 ve la luz "Tan solo una caricia" un tiempo de cambios que deja plasmados en forma de versos, dejando patente la evolución sufrida.
En el presente está trabajando en una segunda entrega de "Luna de otoño".

Y ahora… Las 20 preguntas

¿Cuándo comenzaste a escribir? ¿Qué fue lo que te introdujo el gusanillo de la escritura en las venas?
Escribir en serio algo más de 3 años. En un principio empecé por la necesidad que tenía de descargar todo lo que llevaba dentro, fue como un desahogo. A partir de ahí comencé a escribir, relato, poesía, cuento, y decidí que había llegado el momento de cumplir mi sueño, publicar mi novela Luna de otoño.

¿Tienes algún truco a la hora de escribir que quieras compartir con nuestros lectores?
No tengo ningún truco, al menos yo no lo creo. A veces escribo por la mañana, otras veces a lo largo del día, por la noche. Creo que es algo normal, no utilizo nada especial.

¿Qué te inspira?
Me inspira cualquier cosa, ya puede ser una imagen, persona, la luna, el mar... la inspiración puede desencadenarla cualquier motivo.

¿Te has enfrentado alguna vez a la página en blanco? ¿Qué hiciste para superarlo?
Hasta ahora no me ha creado ningún problema, me ha podido ocurrir con la poesía, lo he dejado para otro momento y ya está.

¿Qué es para ti escribir?
Para mí el escribir lo es todo. Gracias a la escritura he superado momentos difíciles que estaba atravesando. Ella me ha permitido poder olvidar mientras escribía, situaciones negativas, dejándolas de lado. Si me preguntas qué es para mí escribir, para mí es como una medicina que debo tomar cada día sin falta.

¿Te basas en personas reales para construir tus personajes?
Normalmente no, únicamente en la novela, ya que tiene mucho de realidad.

¿Cuál es tu objetivo a la hora de escribir una historia?
Mi objetivo es poder llegar a los lectores, que cuando lean lo que he escrito, sientan muy dentro lo que he querido transmitir, y se sientan protagonistas.

¿Prefieres escribir novela o relato?
Me gusta más la novela,

¿Qué es lo más difícil de escribir una novela o relato?
Creo que es más complicada la novela, aunque también según se mire, porque contar una historia con pocas palabras tiene la dificultad de crear una trama y desenlace en menor espacio, sin embargo con la novela te puedes explayar a gusto.

¿Tienes algún tipo de manía al escribir?
Bueno, no sé si será una manía, pero cada vez que me siento para ponerme a escribir, tengo que tener mis dos ranitas, un peluche y otra de madera, bien colocadas frente a mí, el resto me da igual, pero las ranas tienen que estar colocadas frente a mí. Son como mis amuletos.

¿Escribes con papel y bolígrafo o con ordenador?
Siempre en ordenador, excepto cuando estoy fuera que siempre llevo en el bolso libreta y bolígrafo. Eso me ha permitido cazar alguna inspiración al vuelo, idea, incluso poemas han sido escritos en salas de espera, o cualquier otro lugar.

¿Lo tienes todo bien atado cuando comienzas a escribir una historia o prefieres ir improvisando sobre la marcha?
Tengo una trama ideada, y un principio, una vez empiezo, voy improvisando sobre la marcha, siempre acorde con la idea que tenía aunque a veces me veo dando un giro a la historia.

¿El escritor nace o se hace?
Yo creo que hay de los dos tipos, los que nacen y los que se hacen. A mí siempre me gustó escribir, pero escribía cosas sin importancia, sin intención de nada, más que entretenerme, e incluso estuve muchos años sin hacerlo. Desde el 2008 estoy volcada de lleno en la escritura.

¿Cuánto tiempo pasa desde que se te ocurre una historia hasta que terminas una novela?
Novelas acabadas solo tengo una, que me ha llevado desde que la empecé definitivamente, unos 10 meses. Ahora estoy trabajando en una segunda entrega.

¿Alguna vez has pensado en tirar la toalla? ¿Por qué decidiste no hacerlo?
Hasta ahora no, y espero no hacerlo nunca mientras mi mente me deje.

¿Crees que los autores noveles están "marginados" hoy día?
No creo que sea esa la palabra exactamente, pero creo que sí, sobre todo para las editoriales. Son poquísimos los que apuestan o dan una oportunidad a escritores noveles, solo van a los que saben que les va a dar dinero; de esta manera si no intentan conocernos, nunca podremos demostrar nuestra valía.

¿Cual crees que es el mayor error de un escritor?
Pensar que porque haya tenido éxito con un libro, todos los que vengan detrás deben seguir la misma temática. Lo único que puede conseguir es decepcionar a unos lectores que apostaban por él.

¿Piensas que hace falta publicar con un gran sello para que el lector disfrute con la lectura?
No, rotundamente no. Hay libros autopublicados que bien merecen estar entre los mejores, y ofrecer al lector un derroche de imaginación, sensaciones y dejarle con ganas de más.

¿Quién se esconde tras el autor?
 Una mujer sencilla, romántica, luchadora, con bastante sentido del humor que utiliza a veces para reirse de sus propios complejos que intenta superar. Madre de dos hijas de 20 y 17 años. Una mujer (madre), que su mayor deseo es verlas sanas y felices.

¿Qué género/s te gusta escribir? ¿Por qué?
Me gusta todo, aunque tengo temporadas. Poesía; porque en ellas dejo mis sentimientos, es un modo de expresarme. Terror; de vez en cuando me deleito sacando mi lado oscuro. Pero sobre todo la novela romántica es con la que más trabajo; porque como dije en la respuesta anterior, soy una persona muy romántica, creo que el amor es el motor del mundo.

Gracias por ofrecerme esta oportunidad.


Podéis encontrar a Julia Zapata en:
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Adelanto de Quinox, el ángel oscuro 1: Exilio


Portada diseñada por Andrea Saga
La brisa entró por la ventana entreabierta, empujando en su camino las finas cortinas. Luego, arrastrándose suavemente, acarició la joven piel de la muchacha que yacía desnuda en la cama. Meredith abrió los ojos y extendió el brazo hacia el hombre que dormía a su lado. Pero las sabanas estaban vacías. Se incorporó, cubriéndose los pechos inconscientemente con la manta.
Lo último que recordaba de la noche anterior era haber hecho el amor con un muchacho que había conocido en el casino Luxor. Después de un día de perros decidió salir con unas amigas. Necesitaba pasarlo bien y olvidar por unos momentos su trabajo como administrativa en una empresa de seguridad. Demasiados albaranes, demasiadas facturas, demasiados jefes déspotas.
A la hora más o menos de estar allí, sus miradas se habían encontrado. Tom estaba jugando a la ruleta y, al parecer, le estaba yendo bastante bien. Él había sonreído y ella, sin pensar en lo que hacía, se acercó a él.
De entrada no le había resultado especialmente atractivo, pero tenía algo que la había encandilado. Quizá sus ojos verdes y su manera de hablarle; o tal vez, esa sonrisa, llena de perfectos dientes. O el cabello, corto y castaño, que enmarcaba unas facciones duras y que le otorgaba un aspecto de héroe de novela. A lo mejor fue eso lo que le gustó de él. El caso es que, unas copas más tarde, habían acabado retozando entre las sabanas de la cama de ella.
Y ahora él se había ido. Meredith sonrió con desgana. ¿Cómo no lo había imaginado? ¿De verdad pensaba que, tal y como le iban las cosas últimamente, él se quedaría? Con un suspiro, se levantó y comenzó a recoger su ropa. El tanga había quedado a medio camino entre la puerta y la cama, y el resto de sus prendas estaban desperdigadas por la habitación. Cogió el fino jersey que llevaba la noche anterior y lo arrojó sobre un sillón. Sin embargo, frunció el entrecejo al ver que, en una esquina, estaba la camiseta que vestía Tom la noche anterior. Que ella recordara, él no llevaba ropa de repuesto.
Un atisbo de esperanza iluminó sus ojos. Dudaba mucho que se hubiera ido al amanecer sin camiseta, aunque con el calor que hacía últimamente todo era posible. Se giró y salió de la habitación, para llegar al salón. Allí tampoco estaba. Caminó mientras se ponía una camiseta que había recogido antes de salir del cuarto y llegó al balcón. Allí estaba él, con la mirada perdida en el mar de piedra que era el desierto de nevada.
Estaba apoyado en la barandilla, observando con ojos curiosos la ciudad. Las Vegas comenzaba ya a despertar y los rayos del sol se filtraban entre los altos edificios del centro iluminando el rostro de Tom. La muchacha salió al balcón sin hacer ruido, sintiendo el frío del suelo en sus pies descalzos. Sin decir una palabra, rodeó su cuerpo con los brazos y le besó en la espalda desnuda.
—Creí que te habías ido —susurró.
Él no se sobresaltó. En vez de eso, sonrió y extendió una mano hacia atrás para acariciar la cintura de Meredith.
—¿Por qué iba a irme? —preguntó—. Aún no he desayunado.
Ella rió en silencio. Esa era otra de las cosas que le había gustado de él: su sentido del humor. Con cada frase, con cada comentario, Tom conseguía arrancarle una sonrisa y hacerle olvidar su trabajo… y su vida en general. No exageraba al pensar que aquella había sido una de las mejores noches de su vida.
Él se giró por fin y le mostró aquellos perfectos dientes. La agarró con suavidad de la cintura y la atrajo hacia él. Sus labios volvieron a unirse de nuevo, como la noche anterior, y ella sintió que el mundo desaparecía a su alrededor.
—¿Tienes hambre? —preguntó él cuando se separaron—. Puedo bajar a comprar algo.
—No te preocupes —. Ella se giró y entró en la casa con paso decidido.
Tom la siguió y observó su cuerpo semidesnudo contoneándose. ¿Podría ser ella?, pensó. Meneó la cabeza, apartando esos pensamientos. No iba a pensar en ello. Al menos, no por el momento.
Meredith trasteó en el frigorífico y se deslizó en la cocina. En un momento tenía preparado un buen desayuno a base de café y tostadas. Tom se sentó en una silla, frente a ella. Realmente era una mujer hermosa. Tenía un cabello rubio que dibujaba divertidas filigranas en su frente y unos ojos verdes en los que Randall no había podido evitar perderse durante toda la noche.
Desde que se conocieron la noche anterior, habían congeniado muy bien. Pero entonces ¿por qué no podía disfrutar? ¿Por qué se negaba a dejarse llevar? En el fondo conocía la respuesta, aunque no quisiera pensar en ello. No quería enamorarse. De hecho, no debía hacerlo. Su vida era demasiado complicada, demasiado peligrosa. No estaba dispuesto arrastrar a nadie al agujero en el que él mismo se había introducido.
Se había ido de Raven City buscando una vida mejor. En su ciudad natal todo lo que había querido desapareció de un plumazo. Primero murió su padre de un infarto, luego su madre, asesinada a sangre fría por un hombre sin alma. Por si eso fuera poco, Jenny McMurphy, la chica de la que había estado enamorado toda su vida, había comenzado una relación con su mejor amigo Jake Turner. No les guardaba rencor, ni mucho menos. Los quería a los dos y deseaba lo mejor para ellos. Pero no podía continuar en esa ciudad habiendo tanto dolor entre sus calles.
Todo eso cambió por completo su personalidad. Poco a poco se volvió una persona más egoísta, más oscura. Cuando llegó a Las Vegas, después de un largo periplo por los Estados Unidos, decidió que viviría sólo para él. Su único objetivo sería ser feliz, aunque ello significara destrozar las vidas de otras personas.
Se metió de lleno en la vida nocturna de Las Vegas. Allí tenía todo lo que había deseado: dinero, diversión, mujeres… En aquella ciudad encontró un hogar, aunque a veces luchaba por contener la maldad y el egoísmo que se había apoderado de su alma. Tom Randall no era la mejor persona del mundo, pero tenía un código de honor muy estricto.
En los últimos cinco años, los únicos momentos en los que había gozado de algo de paz, fueron con alguna mujer. No sabía si era por el amor que había profesado a su madre y a Jenny, pero lo cierto era que, si no estaba tirado a un lado de alguna carretera secundaria con sus entrañas pudriéndose al sol, era gracias a todas las mujeres que se había encontrado en su vida. Mujeres anónimas, sin nombre, pero que le habían alejado de un final destructor para sí mismo.  
Aún así, con cada una de ellas con la que disfrutaba, con cada trabajo oscuro y cruel que realizaba, con cada cuerpo que poseía, se iba hundiendo más y más en la miseria. Por eso construía un muro alrededor de su corazón. Por eso estaba sopesando la idea de levantarse de la mesa e irse.
—¿Qué vas a hacer hoy? —la pregunta de Meredith le sacó de sus ensoñaciones. Guardó silencio porque no sabía qué contestar. Por un momento le asaltó la idea de quedarse con ella, de disfrutar de su compañía durante todo el fin de semana. Pero por otro lado se resistía a ello. No quería hacerle daño.
El sonido de su móvil le salvó de contestar. Tom se levantó y sacó el aparato del bolsillo de su chaqueta, que permanecía colgada sobre una silla. Era un mensaje de Steve Reinolds. «Te necesito. MGM, dentro de una hora».
Tom hizo una mueca y chasqueó la lengua. Odiaba cuando le avisaban con tan poco tiempo. Pensó por un momento en no acudir a la cita. Tenía suficiente dinero para pasar varios meses relativamente holgado, y seguro que saldría otro trabajo en poco tiempo. Aunque por otro lado, era una oportunidad única para salir de aquella casa y poner un poco en orden sus pensamientos, sin necesidad de hacer daño a Meredith.
—Tengo que irme —dijo acercándose a la chica y posando un beso en su cabeza.
La muchacha pareció desilusionada,  pero aguantó con estoicismo y esbozó una hermosa sonrisa.
—¿Trabajo?
—Sí —contestó Tom mientras le daba un bocado a la tostada que descansaba en el plato—. Lo siento. Te llamaré ¿vale?
Ella se levantó y le rodeo con sus brazos. Luego posó un dulce y húmedo beso en los labios de él y susurró:
—Gracias.
Él sólo pudo sonreír y después, tras dedicarle una cariñosa mirada, se giró y desapareció tras la puerta. 
Meredith levantó las piernas y las colocó sobre la silla, rodeándolas con los brazos. Ahora volvía a sentirse sola. Desayunó con la certeza de que Tom Randall no la llamaría.

* * * *

El MGM Grand Las vegas era una monumental mole de cristal y granito en pleno Las Vegas Strip. Randall se acercó a la puerta principal y examinó los alrededores. La gente iba y venía de aquí para allá. Unos, hundidos en sus quehaceres diarios; otros, los más, caminaban de un casino a otro en busca de fortuna.
Entre el mar de cabezas distinguió la que le interesaba. Steve Reinolds, con sus casi dos metros de altura, se acercaba caminando a paso ligero hacia él.
—Has venido pronto, Randall —dijo a modo de saludo.
Tom le miró esbozando una sonrisa.
—Ya sabes, el trabajo es lo primero.
Reinolds metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y extrajo un cigarro. Después de encenderlo, sin ofrecer ninguno a Tom, comenzó a cruzar la carretera sin añadir una palabra más. Randall le siguió con las manos en los bolsillos. No le caía bien su socio. Desde que se conocieron, meses atrás había notado algo en él que no le gustaba. Cierto era que jamás había hecho nada que le resultara sospechoso. Al menos, teniendo en cuenta sus actividades. Pero esa sensación seguía allí cada vez que se encontraban para hacer un trabajo. Cuando miraba en sus ojos veía oscuridad, violencia. Y Tom era violento. No podría hacer lo que hacía si no fuera así, pero incluso él tenía unos límites. La mirada de Steve destilaba odio y disfrute con el dolor ajeno.
—Ya deberías tener tu parte del dinero en tu cuenta —le informó Steve tras darle una calada a su cigarro.
—¿Tan pronto? —Randall se mostró sorprendido. Sacó su móvil del bolsillo y conectó internet para comprobar que el pago se había hecho efectivo.
—Exigí que nos pagaran la mitad antes del trabajo, y la otra mitad después —explicó Steve.
—¿Tan complicado lo ves? —Tom volvió guardar el móvil. Todo estaba en orden.
—No es complicado, Tom —aclaró Steve sentándose en un banco, al otro lado de la calle, desde la que se veía perfectamente la puerta principal de MGM—. Digamos que el objetivo es un tanto especial.
—¿Por qué?
—Es el director del casino. Al parecer ha agraviado de alguna manera a nuestro cliente.
—¿Quién es el cliente?
—Cuando te uniste a mí quedamos en que jamás me preguntarías eso, Tom. Mis contactos son míos y no tuyos. Si permito que me acompañes es porque has demostrado más de una vez que puedes sacarnos de un aprieto, pero nada más. Un trato es un trato.
—Lo sé, pero…
—Ya te dije que no me gusta dar explicaciones a nadie. Tú no eres una excepción. Y ahora cállate. Ya sale el objetivo.
Tom desvió la mirada hacia la entrada del casino para ver a un hombre de unos cuarenta años. Iba bien vestido, como correspondía a su trabajo y caminaba agarrando la mano de una hermosa mujer que le acompañaba. Randall chaqueó la lengua. La presencia de la mujer complicaba las cosas.
—Vamos allá —dijo Steve lanzándose a cruzar la carretera para seguir a la pareja.
—Espera, tío —Randall le siguió intentando mantener el paso del hombretón—. ¿Qué pasa con la chica? El trabajo consiste en asustar al director, no a ella. Deberíamos esperar a otro momento.
—¡Tonterías! Nuestro cliente quiere que sea ahora. Tiene prisa.
—Pero aún así…
—¡Escúchame, tío! —Reinolds se giró de pronto y agarró a Tom del cuello de su chaqueta—. Ya se te ha pagado, tienes el dinero en tu cuenta. Así que atente a lo que hay que hacer. Si tienes algún problema, me lo dices cuando hayamos terminado el trabajo. ¿Te parece bien?
Tom hinchó las narices, enfadado, y tuvo la tentación de mandar a Steve al otro lado de la calle, pero se contuvo. No debía descubrirse. Finalmente, respiró hondo y clavó su mirada en los ojos llenos de odio de Reinolds.
—Está bien, hagámoslo cuanto antes.
—Así está mejor —Steve sonrió y le dio un par de golpecitos en la cara—. Ahora sigamos a ese desgraciado.
Los dos hombres caminaron entre la multitud sin perder de vista a la pareja, que paseaba haciéndose alguna que otra carantoña de vez en cuando. La oportunidad llegó cuando el objetivo giró a la derecha y se internó junto a la mujer en un callejón que desembocaba en la calle principal.
Sin decir una palabra, Tom y Steve hicieron lo que siempre hacían en aquella circunstancia. Steve siguió a la pareja al callejón y Tom continuó caminando a paso ligero para rodear la manzana y entrar por el otro lado. De esa manera, el objetivo no tenía escapatoria.
Normalmente, la victima nunca escapaba. Era muy difícil escabullirse del corpachón de Steve. Pero haciéndolo así reducían las posibilidades de fracasar en el trabajo. Tom no disfrutaba haciendo aquello, pero era lo único que sabía hacer. Hacía cinco años que se fue de Raven city. Llegó a Las vegas sin trabajo y sin dinero y se le ofreció la posibilidad de ganar varios miles de dólares haciendo aquello. No se negó. Después de dormir varias noches en la calle bajo la lluvia, pensó que no era mal negocio. Los trabajos siempre consistían en lo mismo. Dar un pequeño susto a algún pobre desgraciado que había tenido la poca inteligencia de ofender a alguien con más poder. 
No se sentía orgulloso, pero la vida le había llevado por aquellos derroteros y tenía que aceptarlo. Además, poco a poco, se había ido amoldando. Tenía dinero y todas las comodidades que quería y, si algún trabajo salía mal, podría escapar con facilidad.
Cuando llegó a su destino, el objetivo corría hacía él a toda velocidad. Al parecer había logrado escapar de Steve. Tom se lo encontró de frente y apenas tuvo tiempo de levantar una mano. Al hacerlo, el director de casino se vio empujado por una extraña corriente que lo lanzó por los aires y lo estrelló contra la pared.
—Guauu, tío. ¡Menudo golpe! —exclamó Steve cuando se acercó a él.
—Lo he pillado desprevenido —mintió Tom. Luego miró más allá de la mole que era Steve. 
En la calle principal, la gente caminaba ajena a lo que estaba sucediendo en el callejón. Un poco más cerca, un cuerpo yacía en el suelo junto a un contenedor de basura.
—¿Qué le has hecho a ella? —quiso saber Randall, encarándose con Steve.
—Ella está bien, tío. Tranquilízate. Despertará en unos momentos.
Dicho esto, Reinolds se acercó al objetivo y, sin mediar palabra, comenzó a golpearle.
Tom no intervino. Para esa parte del trabajo Steve se valía perfectamente solo. En lugar de eso, se dedicó a vigilar que nadie entrara en el callejón y los vieran. Un movimiento atrajo su atención. La chica que acompañaba a la víctima se estaba incorporando y, en un momento, estaba de pie y corriendo hacia la calle principal.
Tom la siguió para detenerla, pero la distancia que les separaba era demasiado grande. No lograría atraparla antes de que avisara a alguien. Así que se detuvo y levantó ambas manos. Se concentró en la muchacha. Expulsó de su mente todo lo que rodeaba, dejando únicamente el esbelto cuerpo de ella. Entonces, el cuerpo de la chica se elevó en el aire y retrocedió hasta llegar a los brazos de él.
—Si dices una palabra, te mataré —la amenazó Tom agarrándola del cuello. La chica le miró sorprendida y aterrada al mismo tiempo, pero no habló.
Randall hizo una mueca de fastidio. Se había visto obligado a usar sus poderes y se había arriesgado mucho al hacerlo. La mujer no era un problema. Tenía una señal en el ojo, sin duda efecto de un golpe que Steve le diera para dejarla inconsciente. Estaba aturdida y lo más unos minutos después pensara que lo que acababa de suceder habían sido alucinaciones provocadas por el miedo.
El que le preocupaba era Steve. Deseó con todo su corazón que el hombretón no lo hubiera visto. Descartó esa idea al escuchar los golpes que le estaba propinando al director del casino. Cuando Steve se centraba en dar una paliza, se olvidaba de todo lo demás.
Al fin, los golpes cesaron. Steve Reinolds se acercó a Tom limpiándose los puños llenos de sangre.
—Vaya —dijo esbozando una siniestra sonrisa—. Creo que me he emocionado. ¿Qué tenemos aquí? —preguntó al ver a la mujer, que se retorcía entre los brazos de Randall.
Se arrodilló frente a ella y apartó un mechón oscuro de sus ojos.
—Cuando te golpeé hace un momento no me había fijado en que estabas tan buena —comentó mientras acariciaba la barbilla de la chica con un dedo e iba bajándolo hasta meterlo entre la tela de la camisa.
—Déjala, Steve —Tom se movió para alejar a la muchacha del hombretón—. Ella no tiene nada que ver con el trabajo. Ya te has pasado golpeándola.
—Exactamente, Tom. Ella no tiene nada que ver con el trato. Así que a nuestro cliente no le importará que nos divirtamos un rato ¿no?
—No, Steve —insistió Randall—. Vámonos. En cualquier momento puede aparecer alguien por aquí.
Reinolds se incorporó y clavó su mirada oscura en su compañero. Luego desvió sus ojos para observar el cuerpo de la muchacha. Dio un par de pasos al frente para encararse con Tom.
—¿Sabes cuál es la ventaja de hacer lo que hacemos, Tom? —le preguntó.
Randall aguantó su mirada sin contestar.
—Que podemos hacer lo que nos dé la gana —sentenció Reinolds.
Dicho esto levantó una mano y propinó un sonoro golpe a Tom que, cogido de improviso, no pudo defenderse. Se derrumbó en el suelo, soltando a la mujer, que cayó sobre él. Su vista se nubló y apenas podía ver. Se mantuvo tumbado, intentando recuperar el resuello.
Entre las brumas de la inconsciencia escuchó como la mujer gemía de terror mientras era arrastrada por el suelo. Ese no era su trabajo, pensó. Steve no debería estar haciendo aquello. Cuando por fin volvió en sí comprobó que su compañero se había llevado a la mujer junto al director del casino, que yacía inconsciente sobre un montón de basura. Desde allí, ocultos tras un contenedor de metal, nadie podría verlos.
Steve había arrancado los botones de la blusa de la mujer y apretaba sus pechos a través del sujetador, mientras con la otra mano aprisionaba los brazos de su víctima. La chica intentaba gritar, pero era tal el miedo que debía sentir, que ningún sonido salía de su garganta.
—¡Maldita sea, Steve! —gritó Tom poniéndose en pie—. No nos han pagado para esto. No somos violadores.
Reinolds rió ante el comentario de Tom mientras forcejeaba con la chica por levantarle la falda.
—Hay tantas cosas que no sabes de mí, Randall… Deberías saber con quién te metes. Además —añadió con una sonrisa de triunfo, cuando consiguió apartar a un lado la tela de la ropa interior—, esta putilla lo está pidiendo a gritos. Se lo merece sólo por haber nacido.
Eso ya fue demasiado para Tom. Él no era buena persona, había hecho cosas más que cuestionables, pero no era un violador. Por su mente pasaron las imágenes de los rostros de su madre, que había sido tan importante para él, y de Jenny, que le esperaba en Raven City; de Meredith, que esa misma mañana le había mirado con tristeza cuando le dijo que debía irse. ¿Qué haría él si ellas estuvieran a punto de ser violadas? Posiblemente lo mismo que iba a hacer en ese preciso instante.
Con paso firme se acercó a Steve, que ya había comenzado a desabrocharse el cinturón, y descargó una potente patada sobre su costado. El hombretón, pillado completamente desprevenido, salió despedido hasta caer sobre el director del casino.
—¿Qué coño haces, Tom? —protestó Reinolds tras levantarse—. Si no te gusta lo que estás viendo, vete.
Randall no contestó. En lugar de eso, se abalanzó sobre Steve y golpeó de nuevo. Su puño se manchó de sangre al romperle la nariz. Reinolds, rojo de ira, se revolvió y estrelló su corpachón sobre el de Tom. Ambos forcejearon en el suelo golpeándose mutuamente.
La fuerza de Reinolds era muy superior a la de Tom así que, poco a poco, el hombretón fue ganando terreno, golpeando con disfrute el rostro de Randall, que comenzó a teñirse de rojo.
La negrura comenzó a invadir de nuevo la visión de Tom y las fuerzas le abandonaron. Se dejó golpear una y otra vez. No podía moverse, aprisionado como estaba por la mole que era Steve Reinolds. Finalmente, el hombretón dejó de golpear. Cuando comprobó que Randall no iba a moverse más, se levantó y dio una última patada al cuerpo inmóvil del muchacho.
—Te está bien empleado por meterte donde no te llaman —dijo mostrando una sonrisa llena de dientes cubiertos de sangre.
Luego volvió a girarse hacia la mujer, que intentaba inútilmente alejarse del lugar, arrastrándose sobre la basura que la rodeaba. La alcanzó sin problemas y le dio la vuelta con brusquedad para ponerla boca abajo. De un rápido movimiento le arrancó las bragas, que emitieron un chasquido. La piel de la mujer adquirió un tono rojizo a causa del tirón.
Las manos de Steve acariciaron el perfecto trasero de su víctima.
—Ahora te vas a enterar, putilla —dijo mientras continuaba desabrochando sus pantalones.
—¡Steve! —la voz de Randall se elevó y rebotó entre las paredes el callejón.
Reinolds hinchó las narices, harto ya de que le interrumpiera. Volvió a levantarse y se giró encolerizado para acabar con la miserable vida de Tom. Se encontró con que el muchacho tenía la mano derecha alzada, señalándole a él. Una extraña fuerza lo levantó en el aire y, de pronto, se sintió lanzado hacia la calle principal. Cayó con estrépito entre los coches que circulaban por la carretera. Uno de ellos dio un volantazo y logró esquivarlo. Pero el conductor del autobús que le seguía no fue tan rápido.
Tom observó desde el fondo del callejón, como el autobús embestía el corpachón de Steve y lo lanzaba varios metros más adelante, estrellándolo contra la acera y rompiéndole el cuello. Aquí y allá se escucharon gritos y la gente comenzó a correr despavorida. Unos hacia el accidentado; otros en dirección contraria.
Tom dio un paso atrás, sin saber qué hacer. Observó a la mujer, que continuaba en el suelo, aparentemente inconsciente. Se debatió entre la necesidad de huir de allí o ayudar a la muchacha y llevarla a algún hospital. Al final, su egoísmo ganó la batalla. La chica estaría bien. Con el revuelo que se había formado, tarde o temprano, alguien entraría en el callejón y la encontraría. Con un poco de suerte nadie habría visto lo sucedido. No se sentía orgulloso, ni lo haría nunca, pero en esa situación era lo único que quería hacer.
Sin pensarlo un momento más, Tom se giró y se internó de nuevo en el callejón. Pasó a toda velocidad al lado cuerpo de la chica y giró a la izquierda. Paró un momento para agacharse y lavarse la cara, completamente llena de sangre, en un charco que había en una esquina. Luego, salió del callejón y se internó en la calle paralela a la del accidente de Steve.
Lo que Randall no alcanzaba a imaginar era que alguien lo había visto todo. Desde el otro lado de la calle, una figura le observaba. Había presenciado el asesinato de Steve Reinolds y, apretando los puños con fuerza, juró que se tomaría su venganza.

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Adelanto de Quinox, el ángel oscuro 2: Las piedras de la decadencia


Portada diseñada por Andrea Saga


Advertencia
No leer si no has leído Quinox, el ángel oscuro 1: Exilio


Comenzaba a llover otra vez. Kirk Torres apretó el paso mientras hundía la cabeza entre sus hombros. Acababa de salir del edificio Turner, en pleno centro de Raven City, después de diez horas de intenso trabajo. Estaba cansado, tenía sueño y encima se estaba mojando. El día no podía terminar peor.
Su vehículo estaba estacionado en uno de los callejones aledaños al edificio. Un callejón que por la mañana parecía un buen sitio pero, en aquellos momentos, de noche e iluminado únicamente por una farola que parpadeaba de manera desquiciante, se le antojaba sombrío y peligroso. Por si eso fuera poco, el aguacero que caía sobre él y llenaba el suelo de charcos, no contribuía a tranquilizarle.
El lugar estaba en silencio. Sólo el sonido de la lluvia y el de sus pies al pisar el agua rompía esa quietud que tan poco le gustaba. Por eso Kirk comenzó a buscar las llaves en su bolsillo antes de llegar al vehículo. Estaba deseando sentarse en el asiento y fumarse un cigarro, mientras escuchaba su emisora de música clásica preferida antes de emprender el camino de vuelta a casa. Necesitaba un momento de relax.
—Mierda —susurró cuando las llaves cayeron al suelo, perdiéndose en el fondo de un charco.
Refunfuñando en silencio, Torres se agachó y rebuscó entre el agua. Siguió protestando mientras su mano derecha y la manga de su chaqueta se empapaban. Odiaba el agua. Sobre todo cuando le caía encima.
Emitió un grito de alegría cuando sus dedos tocaron la lisa superficie metálica de las llaves. Con una expresión de triunfo las sacó del charco y se dispuso a abrir la puerta.
Sin embargo, algo se reflejó en la ventana del vehículo. Kirk se giró sobresaltado, esperando encontrarse cara a cara con un ladrón que quisiera llevarse lo poco que tenía, pero el callejón seguía tan vacío como un momento antes. Con un suspiro de alivio, volvió a centrarse en abrir la puerta. Posiblemente la lluvia y el parpadeo de la farola le habían jugado una mala pasada.
Nada más lejos de la realidad. Esta vez fue el sonido de unos pasos que chapoteaban de manera sinuosa sobre los charcos y el susurro de una respiración lo que le inquietó. Temblando de miedo, Torres volvió la mirada atrás mientras intentaba abrir inútilmente la puerta del coche. Había algo al fondo del callejón. O tal vez alguien. Desde allí no podía distinguirlo, y la verdad es que tampoco tenía intención de quedarse a averiguar qué era.
Por desgracia, lo que él quisiera hacer o no, no importaba, ya que vio como la figura comenzaba a moverse a una velocidad endiablada hacia él. Kirk, presa de los nervios, volvió a perder las llaves en el charco y, aterrorizado, se agachó de nuevo a buscarlas. Pero no tuvo tiempo. La aparición llegó hasta él y, de un golpe, lo mando a varios metros del vehículo.
Cayó como un fardo sobre un charco. Sintió como algunos de sus huesos se quebraban bajo su piel y no pudo continuar moviéndose. Ahora sí podía ver bien a su agresor. Era un hombre alto de cabellos rubios y cortos que se acercaba lentamente a él. Kirk intentó buscar una explicación a lo que estaba sucediendo.
Ese hombre estaba un momento antes al final del callejón, a unos veinte metros por lo menos. ¿Cómo era posible que hubiera recorrido esa distancia en menos de un segundo? Pero no fue eso lo que más le desconcertó. Sus ojos emitían un extraño resplandor rojizo que le atemorizaba. Torres rezó a todos los dioses que conocía aunque, en el fondo, sabía que sería inútil.
Vio como el desconocido se alzaba sobre él, con una siniestra sonrisa en el rostro. También observó, impotente, que su brazo comenzaba a mutar. Se estaba transformando en una brillante y letal hoja de espada.
Lo último que pensó antes de que el acero, que antes había sido carne, le rebanara el cuello fue que sí, que el día podía acabar peor.

Cuando la cabeza de su víctima salió despedida hacia atrás, el asesino esbozó una sonrisa de satisfacción. No sabía cómo lo había hecho. Ni siquiera sabía por qué, pero había cumplido su objetivo.
Se arrodilló junto al cuerpo y rebuscó en el charco que había junto a él. Cuando encontró lo que buscaba volvió a sonreír y lo levantó entre sus dedos. El collar que un momento antes había colgado del cuello de aquél pobre desgraciado, se balanceaba frente a su rostro. Tenía una piedra negraque parecía absorber la luz a su alrededor. No emitía ningún tipo de reflejo y tenía forma de un extraño símbolo que él nunca había visto.
El asesino no sabía qué era. Tampoco sabía por qué tenía tanto empeño en encontrar aquél extraño colgante. Se sentía como una marioneta en manos de algún loco desquiciado. Pero no le importaba. Había encontrado lo que buscaba y eso era suficiente.
Se levantó y miró a su alrededor. Un zumbido en su mente le indicó hacia donde tenía que ir ahora. El siguiente objetivo le esperaba.

* * * *

El Sword Beach, apenas había cambiado en aquellos cinco años. Tal vez las mesas y las sillas, Tom no lo recordaba bien. Pero por lo demás estaba prácticamente igual que antes de irse de Raven City. Las mismas columnas, altas y estrechas; las mismas paredes azul perla; el mismo suelo de baldosas blancas…
Eso sí, la gente abarrotaba la barra y las mesas por todas partes. Había clientes sentados, de pie, haciendo cola en el baño… Randall se alegró de que finalmente el señor Anderson hubiera logrado que el local tuviera éxito. Cuando él dejó la ciudad, el negocio estaba dando sus primeros pasos y él, Jenny y Jake habían encontrado un hogar en él.
Estaba en una inmejorable situación. En pleno paseo marítimo, rodeado de altas y bonitas palmeras y con el infinito mar delante. Más de una noche, Jenny y él habían salido de local cogidos de la mano y habían dado un paseo bajo las estrellas, con el mar frente a ellos, salpicado de las luces de los barcos de pesca que faenaban a esas horas y que seguían el camino del horizonte. Pero eso había sido antes de que ella le dejara por Jake. En otro tiempo, en otra vida…
Tuvo un flash de su nueva vida. Una vida que acabó al morir la mujer que amaba. Meredith había sido asesinada por un hombre que él no tuvo la oportunidad de ver. Su asesino solo era una sombra, un borrón que se le aparecía en sueños. Podía haberse quedado en Las Vegas, buscar a Pete “El rompehuesos” Reinolds y acabar con su miserable existencia. Pero ¿habría sido eso lo que Meredith hubiera querido? Randall lo dudaba. Por eso había vuelto a Raven City. Allí intentaría enmendar su vida.
Tom paseó la mirada por el mar de cabezas que inundaba el Sword Beach, esperando encontrar la melena color azabache de Jenny. Sin embargo no podía verla. Sonrió, sintiéndose como un estúpido. ¿Acaso no habían crecido? Era lógico que no estuviera allí. Tal vez se había casado con Jake y en aquellos momentos estaban en una bonita casa a las afueras de la ciudad, descansando del trabajo o haciendo el amor.
Sin saber por qué, aquél pensamiento le dolió. Tal vez, a pesar de lo sucedido días antes, seguía sintiendo algo por Jenny. Se calmó a sí mismo diciéndose que era lógico, que dónde había habido fuego, quedaban brasas. O al menos, eso decían.
Randall se giró para salir del local, apartando de su mente aquellos pensamientos. Se sentía mal por estar celoso, teniendo la muerte de Meredith aún tan fresca. Suspiró. Ahora no sabía qué hacer. Desde que llegó a Raven City dos días antes había estado posponiendo el momento de ir al Sword Beach, convencido de que allí encontraría a sus amigos. Pero ahora que sabía que no estaban no sabía dónde buscar. La mañana anterior había ido a casa de Jenny, pero le recibió alguien que había comprado la casa hacía un par de años. No sabía nada de la antigua inquilina.
Pensó en volver a la habitación que había alquilado el día que llegó, en un motel de mala muerte en las afueras de la ciudad, pero desechó la idea. No tenía ganas de encerrarse allí y ver pasar el tiempo, tumbado en la cama y sin nada que hacer.
Por suerte algo le hizo detenerse antes de salir del lugar. La puerta del local se abrió y apareció una mujer. Su cabello negro se revolvió un poco a causa de una ráfaga de viento en el exterior y sus ojos marrones se clavaron un instante en Tom. Luego, bajó la cabeza y se adentró en el bar.
Él se giró y la siguió con la mirada. Era ella pero no le había reconocido. Suponía que cinco años eran suficientes para olvidar el rostro de alguien. Y más cuando no se había tenido ningún tipo de contacto. La siguió de nuevo hacia el interior del local para ver como la muchacha se sentaba en uno de los asientos que flanqueaban la barra. Un camarero le sirvió un refresco y ella, con la mirada perdida y una expresión de derrota que a Tom no le gustó nada, se puso a ojear un periódico. ¿Qué le pasaba?, se preguntó Randall. Tenía una expresión de tristeza que, cinco años antes, no estaba allí.
Dio un paso al frente y se colocó justo tras ella. Con solo alargar la mano podría tocar su cuello, adornado por un colgante. En el camino de Las Vegas a Raven City había fantaseado con el momento en que se encontraran de nuevo. No había sabido nada de ella en todo aquél tiempo. Lo último que sabía era que estaba saliendo con Jake. ¿Se habrían casado? Eso lo averiguaría en breve.
Lo que le preocupaba era qué diría él mismo. Pensaba que sería capaz de contarle todo lo sucedido, de decirle que los últimos años habían sido los peores de su vida, que la había echado de menos y que el amor de su vida había muerto. Creía que podría decirle a qué se había dedicado en Las Vegas y que no era el mismo que se había ido cinco años atrás. Pero conforme se acercaba, supo que no sería capaz de decirle todo eso. En vez de ello, solo pudo saludar:
—Hola, Jenn.
Ella levantó la cabeza, apartando la mirada del periódico que estaba mirando. Luego, poco a poco, como si temiera lo que se iba a encontrar, se giró. Estaba preciosa. Su cabello negro, recogido en un moño, dejaba caer unos pequeños tirabuzones sobre sus mejillas. Tom se fijó en que su piel estaba más blanca, casi cenicienta. El collar negro que colgaba de su cuello y que contenía una piedra que representaba una especie de runa, también negra, hacía un extraño contraste con el color de su carne. Pero, aún así, era hermosa como un amanecer en la playa.
—¡Tom! —exclamó en voz baja, mientras le miraba, de la misma manera que miraría a un fantasma—. ¡Has vuelto!
—Tarde o temprano tendría que hacerlo ¿no? —contestó él con una sonrisa—. Te he echado mucho de menos.
En un momento se habían fundido en un abrazo. Él la apretó con fuerza entre sus brazos y ella apoyó la mejilla en su pecho. Aspiró el olor de su cabello, un olor que creía olvidado. Entonces supo que no había dejado de quererla. Tal vez no fuera lo mismo que cinco años atrás, pues los sucesos de Las Vegas y la muerte de Meredith le habían marcado, pero, en el fondo, Jenny siempre había estado presente.
—¿Cómo estás? —quiso saber el joven, apartándose de ella. Le preocupaba el aspecto de la muchacha. Tenía los ojos hinchados y los rodeaba una ligera aureola oscura. Además, estaba delgada, demasiado delgada.
—Bien. Un poco cansada, pero bien.
Le estaba mintiendo, comprendió Tom. Él sabía que le pasaba algo, pero decidió dejarlo por el momento. Hacía cinco años que no se veían y no iba a atosigarla con preguntas.
—¿Has venido para quedarte? —preguntó ella.
Él hizo una mueca. Había llegado a Raven City para comenzar una nueva vida, pero conforme hablaba con Jenny, sentía que sería un error. El día anterior, recorriendo las calles de la ciudad, se dio cuenta de que sería duro vivir allí. Enterró el maletín con el dinero bajo un árbol, en un bosque que se extendía al norte de la ciudad. Era a ese mismo bosque dónde él y sus padres iban a hacer un picnic cuando él era pequeño, antes de que murieran. Luego, mientras buscaba a sus amigos, había pasado por la tienda de comestibles donde, muchos años antes, él le había regalado a Jenny un anillo de juguete. Cuando seamos mayores, nos casaremos, le dijo en aquellos momentos. No, había demasiados recuerdos, demasiado dolor entre aquellas calles. Tal vez sólo debiera quedarse unos días y comenzar de nuevo en otra ciudad.
Sin embargo, cuando contestó, no fue capaz de decirle a la chica sus pensamientos:
—Es posible —mintió—. He venido porque tenía ganas de veros. ¿Qué tal Jake?
Ella esbozó una sonrisa llena de tristeza y bajó la mirada mientras agarraba el vaso de refresco. En ese momento, Tom vio que en su dedo había un anillo. Comprendió que Jenny estaba casada.
—Pregúntale tú cuando lo veas. Yo llevo ya dos días sin verle.
—¿No os va bien?
—Sí, sí que nos va bien pero… su trabajo le quita demasiado tiempo. A veces pienso que me casé yo sola.
—No te preocupes — intentó consolarla poniendo una mano sobre su hombro. Esa había sido una de las razones por las que la había perdido. No sabía cómo reaccionar ante una situación así. Por eso ella le había dejado por Jake, que le ofrecía todo lo que él no era capaz de darle. Era curioso cómo, después de cinco años, se habían cambiado los roles—. Seguro que no es nada.
—Se pondrá muy contento cuando te vea. Te ha echado mucho de menos.
—Yo también a vosotros.
Tom  no quiso seguir preguntando. El tono de voz de Jenny le indicaba que la muchacha lo estaba pasando mal. Por otro lado, no sabía qué decir. Habían sido muchos años sin saber nada el uno del otro. Su mirada se dirigió hacia el periódico que ella estaba ojeando cuando Tom apareció.

“LLAMA BLANCA VUELVE A ACTUAR”

—¿Qué es Llama Blanca? —preguntó, más para distender la situación que por interés.
Ella levantó el periódico y repasó las primeras líneas del artículo con gesto ausente.
—Esta historia te gustará, Tom. Han ocurrido cosas muy raras en Raven City desde que te fuiste. Ahora tenemos nuestro propio justiciero.
—¿Justiciero?
—O justiciera, aún no se sabe muy bien. El caso es que se dedica a detener a criminales y proteger a los ciudadanos de la ciudad. No sé si es valiente o está loco.
—Tal vez sólo intente marcar la diferencia —comentó él.
—A lo mejor nunca lo sepamos —Jenny dio un último trago al refresco de cola que estaba bebiendo y se levantó—. Tengo que irme, Tom. Me alegro mucho de que hayas vuelto. ¿Volveremos a vernos?
—Seguro que sí. Estaré al menos unos días por aquí.
—Le diré a Jake que has venido. ¿Por qué no vienes a cenar una noche?
—Me encantaría. Me alojo en el Sunset Strip. Déjame un mensaje allí.
—Lo haré —la muchacha volvió a abrazarle y él la besó en la mejilla.
—Y no te preocupes —le susurró al oído—. Todo se arreglará.
Tras dedicarle una última mirada con esos enormes ojos oscuros que tenía, Jenny se giró, haciendo hondear su melena negra. El muchacho observó sus formas sinuosas mientras ella atravesaba el local hacia la puerta de salida.
Su reencuentro no había sido como él había esperado. Sonrió con desgana. ¿Qué esperaba? ¿Qué Jenny se abalanzara sobre él y le dijera que no había podido vivir sin su presencia? Fue Tom el que se marchó de la ciudad y no mantuvo contacto con nadie. Era lógico que ella se mostrara fría y distante. Pero no pudo evitar pensar que parte de esa frialdad se debía a que no le iba bien con Jake. Al parecer, su marido pasaba más tiempo trabajando que con ella.
Por desgracia, él no podía hacer nada. Perdió su derecho a inmiscuirse en las vidas de sus amigos cuando se marchó. Ahora, se encontró a sí mismo deseando arreglar aquellas relaciones; deseando ayudarles. Quizás, después de todo, no sería mala idea quedarse en Raven City.

* * * *

Su siguiente objetivo estaba cerca. El zumbido en su cabeza así se lo indicaba. De hecho, había dos. Le costaba trabajo diferenciar uno de otro, pero podía notarlos. Había aprendido a calcular la distancia dependiendo del grado de sensación que tenía. A cada paso que daba, uno de los zumbidos se intensificaba y el otro disminuía. Calculaba que el que más cerca tenía se hallaba situado a unos veinte metros. El otro estaba más lejos, quizás a unos doscientos.
Paseó la mirada por la calle en la que se encontraba. Era día de fin de semana y aquél lugar se encontraba repleto de viandantes. Personas como la que había matado la noche anterior. Había sido tan fácil, tan… divertido. No sabía de dónde venían sus poderes, ni por qué tenía la necesidad de matar a esas personas y arrebatarles el collar que llevaban. Pero lo cierto era que estaba disfrutando.
El colgante que le había robado a su primera víctima aún descansaba en el bolsillo derecho de sus pantalones vaqueros. En su cerebro, tenía la obligación de proteger esa piedra negra con su vida si hacía falta. Nada debía alejarle de ella, nadie podía hacerse con el objeto.
El zumbido creció de repente, haciendo que tuviera que cerrar los ojos, sorprendido. El objetivo estaba cerca, muy cerca. Alguien tropezó con él, justo cuando la sensación había llegado a cotas inimaginables.
—Disculpe —dijo una voz a su lado.
Cuando abrió los ojos se giró para mirar a la persona que había hablado. No podía verle la cara, pero el uniforme verde era inconfundible. Era la guardabosques del parque que había al norte de la ciudad. Ella era el objetivo.
Con una sonrisa de triunfo, comenzó a seguirla. A cada momento que pasaba estaba más cerca de cumplir su misión. Fuera cual fuera.

* * * *

Pete “El rompehuesos” Reinolds apretó la uña con más fuerza. Le dolía, pero encontraba cierta satisfacción en ese dolor. Poco a poco, fue hundiendo el dedo en la pared de la celda hasta señalarla con una ralla. Ya era la tercera que dibujaba de esa manera. Una por cada día que llevaba en prisión. Ignoraba cuantas más tendría que grabar antes de escapar. Porque escaparía, de eso estaba seguro.
En la litera de abajo, su compañero de celda roncaba como un energúmeno. Pete había tenido más de una vez la tentación de bajar hasta el suelo y apretar, con sus manazas, el minúsculo cuello de Raimond Smith, condenado por asesinato y robo a mano armada. Pero en esos momentos se obligaba a cerrar los ojos y serenarse. Matar a otro presidiario no le convenía. Al menos de momento.
Además, por otro lado, había algo en él que le intrigaba. Cuando no roncaba, hablaba. Y sus palabras parecían sacadas del guión de una mala película de terror. Cosas como «el fin se acerca» o «y la oscuridad teñirá la luz» salían de su boca casi constantemente. Pero no fueron esas frases las que despertaron el interés de Pete. Fue algo que había dicho la noche anterior. En medio de una retahíla de palabras y frases sin sentido, “El rompehuesos” había distinguido algo: «… los eternos volverán…».
Cuando Pete escuchó aquello, saltó de la cama y cayó frente a Smith, que dormitaba en el colchón de abajo. No sabía por qué, pero esas palabras provocaron algo en su mente que le produjo interés. Necesitaba saber de qué estaba hablando, quienes eran esos eternos que volverían.  Lo zarandeó, le gritó y le golpeó en el rostro, pero fue inútil. Su compañero parecía estar en trance y nada era capaz de despertarlo.
A la mañana siguiente, le preguntó por lo sucedido y por los eternos en concreto.
—¿De verdad dije eso? —fue la escueta respuesta de Smith—. No lo recuerdo. Lo siento.
Aquellas palabras frustraron a Pete, que golpeó lleno de ira la pared. Tan fuerte que sus puños se llenaron de sangre y mancharon la pintura de rojo.
La noche siguiente fue igual. Raimond volvió a hablar de oscuridad, de luz y de eternos. Pero esa vez el hombretón no hizo nada. Por alguna razón sabía que no obtendría respuestas. Quizás fuera mejor esperar. Allí en la cárcel, si algo tenía era tiempo. Tiempo para averiguar de qué hablaba su compañero y tiempo para fraguar su venganza contra Tom Randall.
Lo que Pete “El rompehuesos” no alcanzaba a imaginar era que ambos objetivos estaban estrechamente unidos.

* * * *

—No sé qué pensaríais de mi si me vierais —musitó Tom frente a la tumba de sus padres—. Desde que os fuisteis he sido un desastre. Todo ha ido de mal en peor.
Una ligera brisa barrió las hojas muertas que revolotearon alrededor de él, como si fuera una respuesta de sus padres del más allá. Allí, al norte de la ciudad, en la falda de la sierra que la rodeaba, las temperaturas descendían un poco y el muchacho metió las manos en los bolsillos de su chaqueta. Las dos pequeñas flores que había puesto sobre la tumba temblaron un poco.
Al morir su madre asesinada a sangre fría, poco antes de que él se fuera a Las Vegas, Tom había querido que sus restos descansaran junto a los de su padre. Allí estarían para siempre juntos. Una pequeña lágrima recorrió la mejilla de Randall al recordar aquél fatídico día.
Antes no lloraba. El tiempo pasado en Las Vegas había endurecido su corazón de tal manera que no sentía tristeza ni pena por nada. Hasta que llegó Meredith. Ella rompió la coraza con la que había rodeado su alma.
El día que ella fue atacada y casi violada por unos sicarios que Pete “El rompehuesos” había contratado para matarle a él, las puertas de su corazón se abrieron y un torrente de sentimientos salió de ellas. Desde entonces había vuelto a llorar en varias ocasiones. En el autobús en el que viajó de Las Vegas a Raven City, al mirar hacia un lado y comprobar que Meredith no estaba con él; y también en la soledad de la habitación de motel en el que se había alojado al llegar allí. Por las noches, cuando despertaba acosado por pesadillas, encontraba sus mejillas y la almohada húmedas.
—Pero cambiaré —dijo mientras se enjuagaba las lágrimas con las manos—. Os prometo que estaréis orgullosos de mí.
Tras decir esto, Tom se giró y comenzó a caminar entre las tumbas que salpicaban el cementerio. Era un lugar muy bonito, repleto de hermosos árboles que en esa época estaban en flor. Se sentía en paz al respirar la tranquilidad que había allí. De alguna manera, estar cerca de sus padres le sosegaba.
Pero no podía quedarse en el cementerio mucho tiempo. Tenía cosas que hacer. Para empezar, ir a comprobar que la maleta con el dinero que había traído de Las Vegas seguía en el mismo sitio en el que lo había enterrado. No se atrevía a dejarlo en la habitación del motel, pues alguna limpiadora podía encontrarlo y se vería metido en problemas. Para hacerlo, usó el mismo proceso que para enterrar a Meredith. Con su poder de telequinesis hizo que la tierra vibrara y saliera despedida hacia los lados. En el agujero resultante metió la maleta y luego, volvió a dejar la tierra en su sitio. Con la telequinesia podía ejercer más fuerza que manualmente, con lo cual la tierra quedaba perfectamente lisa después de toda la operación.
Tras cruzar la puerta principal del cementerio, Tom salió de la carretera y se internó en el bosque, no sin antes mirar que no le viera nadie. No le convenía levantar sospechas. Por suerte aquél día, la zona no estaba muy concurrida y pudo escurrirse sin problemas.
El ataque llegó justo cuando estaba llegando al árbol bajo el que estaba el maletín. Primero escuchó el sonido de unos pies que pisaban los arbustos. Parecían correr. Se giró sobre sí mismo, buscando el origen de los pasos. A lo lejos vio a una mujer vestida de verde seguida por algo más. No habría podido decir qué era. Era tal la velocidad a la que corría el perseguidor que Tom no pudo distinguir si era un ser humano o algún animal salvaje.
Fuera lo que fuese dudaba que guardara buenas intenciones hacia la mujer, así que Randall se lanzó a la carrera. Tuvo que apartar algunos arbustos de su camino para poder seguir el ritmo. Tropezó varias veces, arañándose el rostro con unas espinas. Por suerte, su curación instantánea trabajo con efectividad y sus heridas sanaron inmediatamente.
De pronto, un grito resonó entre los árboles del bosque. Tom se detuvo al llegar a un claro en el que la luz del sol entraba a raudales. En el centro, la mujer, que identificó por su uniforme verde, como una guardabosques, se arrastraba entre las marañas con la pierna ensangrentada. Debía haber caído y tropezado con algún tronco en el  suelo. Frente a ella se alzaba un hombre rubio de cabellos cortos. Se acercaba a su víctima con una sonrisa de triunfo en los labios.
—Eh, capullo —gritó Tom, irrumpiendo en el claro—. ¿Por qué no te metes con alguien que pueda darte un buen par de puñetazos?
El perseguidor giró la cabeza al escuchar aquellas palabras. Cuando lo hizo, Randall no pudo evitar dar un paso atrás. Sus ojos emitían un extraño fulgor rojizo que él no había visto nunca.
—Vete —le ordenó—. Esto no es asunto tuyo.
Recuperado de la sorpresa inicial, el muchacho dio un paso al frente y alzó una mano para usar su poder.
—Creo que sí que es asunto mío.
Sin pensarlo dos veces, invocó su telequinesis para enviar al desconocido lo más lejos posible. Las hojas que había alrededor de su objetivo se movieron, incluso la guardabosques reprimió un grito de dolor cuando su cuerpo se deslizó unos centímetros. Pero el hombre de los ojos rojos continuó clavado en su sitio.
—¿Qué coño pasa? —se preguntó Tom mirándose las manos.
No pudo hacerlo mucho tiempo, pues el desconocido apareció de pronto frente a él.
—Debiste haberte ido —le dijo antes de propinar un sonoro golpe a Tom que le envió directo hacia el tronco de un árbol, que crujió bajo su peso.
Randall meneó la cabeza para espabilarse. Sintió que una herida en su espalda se curaba pero se sorprendió al comprobar que no se había hecho daño. Y el golpe que ese hombre acababa de darle había sido gordo. ¿Acaso la resistencia era otro poder que no había contemplado?
Decidió pensar en ello más adelante, pues su enemigo se acercaba de nuevo a la muchacha, que intentaba alejarse de él arrastrándose por el suelo.
—¡Aún no has acabado conmigo, gilipollas! —Tom gritó para llamar su atención.
El hombre volvió a girarse y le miró con expresión de fastidio. Randall alzó ambas manos y se concentró. Lo árboles volvieron a moverse, empujados por un aire que en realidad no existía. Pero el de los ojos rojos continuó caminado hacia él.
—¿Qué cojones pasa contigo? —preguntó el joven dando un paso atrás, asustado por primera vez en mucho tiempo—. ¿Por qué no vuelas?
Apenas vio venir el golpe. El puño del desconocido se estrelló en su estomago doblándolo sobre sí mismo. Luego, un nuevo puñetazo en el rostro lo lanzó en el aire y volvió a estrellarlo contra un tronco que sobresalía del suelo, esparciendo a su alrededor montones de hojas resecas.
Esta vez las heridas de su rostro y de sus brazos tardaron más en curarse. Tom intentó levantarse, pero su vista se nublaba y le dolía todo el cuerpo. Al final iba a ser que no tenía el poder de la resistencia, pensó. Pero se equivocaba. Milagrosamente, todo el dolor fue desapareciendo poco a poco. Su vista se aclaró y consiguió incorporarse.
Por desgracia, no se recuperó a tiempo. El hombre de los ojos rojos había vuelto con la mujer y la tenía agarrada del cuello. La levantaba en el aire como quien levanta una de las hojas que les rodeaba. Luego, sin que Tom pudiera hacer nada la lanzó contra el suelo, haciendo que a su alrededor se desperdigaran trozos de tierra y piedras.
—¡Nooo! —Randall gritó al tiempo que daba un salto hacia delante y corría dispuesto a derribar a aquél bastardo.
Justo cuando estaba junto a él e iba golpear, el desconocido se giró y con una velocidad endiablada, golpeó con el revés del puño. Randall salió despedido y quedó tendido en el suelo incapaz de moverse.
—Ya está bien —la voz del hombre de ojos rojos resonó en el bosque como un trueno.
Se acercó a Tom, que seguía sin poder moverse, y este vio algo que no habría imaginado ver nunca. El brazo de su atacante estaba mutando. La carne se estaba convirtiendo poco a poco en una especie de metal maleable, hasta tomar la forma de una espada.
El arma se descargó sobre él. Tom movió la cabeza esquivando el golpe por poco y arrastró la pierna hasta tropezar con las de su enemigo. El desconocido, pillado por sorpresa, cayó hacia atrás y dio con sus huesos contra el suelo. De un salto, Randall se puso en pie y se alejó de él.
Se permitió un momento para pensar. Al parecer sus poderes no le hacían efecto a ese hombre. ¿Por qué? Era la primera vez que se encontraba con algo así y estaba completamente desconcertado. Por si eso fuera poco, su brazo se había convertido en una espada de metal pulido. ¿Quién demonios era? O, mejor dicho, ¿qué demonios era? Y además, era rápido y fuerte como un condenado. Sea lo que fuere, Tom estaba seguro de que no era de este mundo. Y también estaba convencido de que no lograría derrotarle.
Mientras pensaba, el desconocido se había levantado y se acercaba con paso a firme a él, pasando por encima de troncos y arbustos. La luz del sol, que se filtraba a través de las hojas de los árboles, iluminaba de vez en cuando esos ojos rojos que tanto le perturbaban.
Randall alzó las manos e invocó su poder. Pero esta vez su objetivo no era el hombre que se acercaba a él. Esta vez fue un tronco tirado en el suelo lo que levantó el vuelo y atravesó el aire. El hombre de los ojos rojos no hizo apenas un movimiento. Solo giró levemente la cabeza y alzó una mano. El tronco se partió en dos cuando se estrelló contra su brazo.
—No me lo puedo creer —musitó el muchacho por lo bajo—. ¿De dónde coño has salido tú?
El golpe que volvió a derribarle llegó de repente. Randall sintió un lacerante dolor en el estomago cuando el puño de su enemigo aplastó su carne. Se quedó sin aire y se dobló sobre sí mismo, incapaz de moverse. Su curación instantánea funcionaba rápido, pero la resistencia al dolor, si es que realmente la tenía, parecía que tardaba un poco más.
El sol se reflejó en la hoja de espada que antes había sido el brazo del desconocido. Tom hinchó las narices, enfadado. Había vuelto a Raven City sólo para morir trinchado por un hombre de ojos rojos que ni siquiera conocía. No era ese el retorno que había esperado.
La espada volvió a descender. Esta vez, incapaz de mover un solo músculo, cerró los ojos y esperó resignado el corte que acabaría con él. Pero ese corte nunca llegó. Fue sustituido por un golpe y el sonido de un forcejeo.
Cuando volvió a abrir los ojos vio que alguien había aparecido en el claro del bosque. Era una mujer. Estaba de espaldas y Tom no podía ver su rostro, pero iba vestida con un top negro que dejaba parte de su cintura al aire y unos pantalones cortos de licra que se ajustaban perfectamente a sus formas.
La recién llegada había golpeado al hombre de la espada y lo había lanzado varios metros en el aire. En aquellos momentos se acercaba a su víctima a gran velocidad. Tom vio como peleaban. La mujer se movía bien, esquivando los tajos con los que el otro intentaba partirla en dos. En un momento dado, el hombre de los ojos rojos la golpeó en el estomago y ella salió despedida hacia atrás. Haciendo una pirueta en el aire logró caer de pie.
Entonces hizo algo que nunca habría imaginado ver en su vida. La desconocida extendió una mano y, poco a poco, una luz apareció en la palma, creciendo hasta convertirse en una bola de fuego. Tras esbozar una enigmática sonrisa, la muchacha impulsó su mano hacia adelante y la esfera salió despedida.
El hombre que había atacado a la guardabosques dio un salto, dejando que la bola continuara su camino hasta estrellarse contra un árbol y desintegrarse.
Algo se escuchó entre la maleza del bosque. Alguien, alertado por los sonidos de la batalla, se acercaba gritando. Tom, aturdido por los golpes y por todo lo que estaba viendo, no alcanzaba a distinguir qué decían. Pero suponía que preguntaban si, quien quiera que fuera quién estaba montando semejante jaleo, estaba bien.
La mujer y el desconocido se observaron un momento, como si no supieran qué hacer. Luego, el hombre de los ojos rojos miró a un lado e hizo ademán de acercarse a la guardabosques, pero la recién llegada se colocó en medio de un salto. Volvieron a mirarse y, cuando los gritos de los que se acercaban se hicieron más audibles, la espada volvió a convertirse en un brazo y el desconocido se alejó corriendo.
La mujer que le había salvado dirigió su mirada hacia él y entonces, pudo verla mejor. Era preciosa. Tenía un cabello rojo como el fuego, que enmarcaba un rostro de piel morena y ojos azules. Aquél contraste de colores la convertía en un ser hermoso y excitante. Parecía tener más o menos su edad y se movía con actitud felina. Aquella mirada que ella le dirigió le turbó hasta lo más hondo de su alma. No sabía qué tenía, pero no podía apartar la mirada de ella.
La muchacha se desentendió de él y se agachó junto a la guardabosques. Posó un dedo en el cuello de la mujer y sonrió. Luego, sin perder esa hermosa sonrisa que mostraba unos perfectos dientes blancos, se alejó en la misma dirección que el hombre de los ojos rojos.
Tom no pudo hacer otra cosa que quedarse allí plantado, confundido por lo que acababa de ver. Sus heridas se habían curado y el dolor de los golpes había desaparecido. Únicamente algunas manchas de sangre adornaban su rostro y su ropa.
Cuando consiguió reaccionar, Randall se acercó a la guardabosques. Parecía respirar. Suspiró aliviado.
—¡Policía! ¡Levante las manos! —gritó de pronto una voz a su espalda.
—¡Gírese lentamente y aléjese de la mujer! —ordenó otra.
—Mierda —susurró Randall mientras obedecía.
Cuando se dio la vuelta vio a dos hombres vestidos con el uniforme de la policía que le apuntaban con sus armas. Podía librarse de ellos con solo mover un brazo, pero no era esa la manera de comenzar una nueva vida más honesta. Así que hizo lo que le pedían y se alejó de la guardabosques con los dedos de las manos enlazadas tras la nuca.
Sabía lo que parecía la escena. Él al lado de una mujer inconsciente con visibles signos de golpes y medio aplastada en el suelo, y nadie más alrededor. Apretó los labios, contrariado. El hombre de la espada y la tía buena pelirroja le habían hecho una buena jugarreta, pensó.

Lejos de allí, al otro lado del bosque, una figura corría a toda velocidad entre los árboles. Había logrado dejar atrás a la mujer que se había enfrentado a él y ahora ya podía permitirse aflojar el paso, pero no quería. Los poderes de los que gozaba ahora le habían vuelto alguien arrogante. Pero le gustaba. Le hacían sentirse vivo. Sin embargo, esa mañana había descubierto que no era del todo invencible.
El hombre que había intentado detenerle no había sido un problema. Tenía poderes también, pero no tan poderosos como los suyos. Y lo habría matado de no ser por la mujer que había aparecido después. Ella sí había sido una complicación y le había impedido cumplir con su objetivo. El colgante que buscaba seguía en el cuello de su objetivo.
El zumbido en su cabeza le indicó que su víctima se estaba alejando. Posiblemente la llevaban al hospital. Lo cierto era que poco le importaba. Podía localizar ese collar donde y cuando fuera.
La otra sensación, la que le indicaba donde estaba su otro objetivo, le decía que estaba al otro lado de la ciudad. Podía ir en aquél mismo instante y cogerlo, pero prefirió esperar a recuperar el de la guardabosques. Siempre había sido un hombre metódico que seguía su agenda a pies juntillas. En aquellas circunstancias ni iba a ser menos.
Y su agenda y su orgullo le decían que antes tenía que coger el collar que acababa de perder. Al fin y al cabo, tenía todo el tiempo del mundo.

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Las 20 preguntas a... Chabi Angulo

“Para mí escribir es el placer de sentirte contigo mismo sincero y profundo.

Chabi Angulo nace Holanda (Hilversum) el 24 de marzo de 1974. Sus padres, de nacionalidad española, le envían a las Islas Canarias cuando tiene 8 años. Desde los 15 años comienza escribir pero lo destruye todo por no satisfacerle. Con 21 años comienza a trabajar como profesional en las emergencias sanitarias y sigue la escritura. En el 2005 deja el mundo de las emergencias y se decide trasladar a Zaragoza donde actualmente reside. En el 2011 decide sacar un libro llamado 74 brisas de la Luna. Un libro de Haiku con intención de seguir escribiendo.

Y ahora… las 20 preguntas

¿Cuándo comenzaste a escribir? ¿Qué fue lo que te introdujo el gusanillo de la escritura en las venas?
Con 15 años ya escribía pero lo destruía todo por no convencerme de que lo hacía bien. Quienes me animaron a escribir fueron muchas personas de mi entorno y me animé.

¿Tienes algún truco a la hora de escribir que quieras compartir con nuestros lectores?
¿Existe truco? No lo sé. Me limito a escribir cuando tengo ganas y no faltan la verdad. Pienso que la música tiene mucho que ver.
Aunque el Haiku es espontaneo y luego lo dejo reposar hasta pasado un tiempo donde corrijo o hago cambios. Creo que en todo lo que escribo realizo la última acción siempre.

¿Qué te inspira?
La tranquilidad, serenidad, sosiego… la música como te dije anteriormente.

¿Te has enfrentado alguna vez a la página en blanco? ¿Qué hiciste para superarlo?
Muchas veces me enfrenté a la página en blanco. Últimamente me cuesta bastante enfrentarme pero porque me absorbe el trabajo y los estudios que quiero terminar.
Cada vez que tengo una de esas crisis, lo intento superar con una taza de café en algún lugar de la ciudad. Zaragoza tiene muchas historias que contar y sus calles dan muchas ideas para crear esas pequeñas historias que nos gustan leer… ¿Por qué no escribirlas?

¿Qué es para ti escribir?
Es un placer, resumiendo en pocas palabras. El de sentirte contigo mismo sincero y profundo. De vivir esos momentos que plasmas en el papel como si fueran tuyos para hacer identificar al lector. Hay que escribir con humildad y mucha paciencia.

¿Te basas en personas reales para construir tus personajes?
Muchas veces. Aunque siempre que lo hago lo comento para así recibir ideas. La verdad es que me baso en pocas personas que me rodean y se les nota la ilusión para imaginarse las situaciones. Otros personajes no han tenido la suerte de ser inspirados en personas que conozco.

¿Cuál es tu objetivo a la hora de escribir una historia?
Concentrarme en escribir. El autocontrol para mi es importante y hay veces que me lio yo solo con la historia. Pasarlo bien también influye.

¿Prefieres escribir novela o relato?
Novela. Me lleva su tiempo y se cómo conducirlas al final que busco. El relato me gusta también pero me encanta extenderme en todo.

¿Qué es lo más difícil de escribir una novela o relato?
No lo tengo claro. Depende como estés inspirado. Ganas no faltan… encauzar la novela o el relato depende de cada uno.

¿Tienes algún tipo de manía al escribir?
Pues ahora que lo preguntas… no lo sé. Tendría que observarme mucho para saber si tengo manías. Aunque tengo una que es tener un café con leche al lado del ordenador y dosis de música.

¿Escribes con papel y bolígrafo o con ordenador?
Utilizo las dos cosas. Papel para hacer mis borradores, apuntar ideas, etc. Ordenador para lo mismo e incluso la novela. Los Haiku los escribo en papel.

¿Lo tienes todo bien atado cuando comienzas a escribir una historia o prefieres ir improvisando sobre la marcha?
Siempre improviso pero con miles de notas que me creo en papel. Atar las cosas no me gusta mucho. Pero para llegar al final y no “liarla” terminas atando.

¿El escritor nace o se hace?
Nace, el escritor nace de leer y practicar la escritura con atención. Cuando nacemos nadie nos da un manual para saber cómo hacer las cosas. Mucho menos para escribir.

¿Cuanto tiempo pasa desde que se te ocurre una historia hasta que terminas una novela?
Muchísimo tiempo. No tengo a nadie, aun, que me fije una fecha o me obligue.

¿Alguna vez has pensado en tirar la toalla? ¿Por qué decidiste no hacerlo?
Muchísimas veces pero una en concreto por la burla de un gran amigo. Decidí no discutir con él y jamás supo que lo había oído. No decidí hacerlo porque me animaban hacerlo y el parón duro solo unas semanas.

¿Crees que los autores noveles están "marginados" hoy día?
Todos estamos marginados. Seamos noveles o no. Soy autor novel y me basta con escribir y hacerle llegar mis letras a los demás.

¿Cual crees que es el mayor error de un escritor?
Parar de escribir. Tirarlo todo por la borda y privarte a ti mismo de la pasión. Otro error es el no leer otras obras y pensar que tus manuscritos son mejores.

¿Piensas que hace falta publicar con un gran sello para que el lector disfrute con la lectura?
El lector disfruta lo que exija. Si lee poesía, disfrutara de la poesía sea cual sea el sello que publique al autor. Al lector le interesa disfrutar con lo que lee no quien edita.

¿Quién se esconde tras el autor?
Una persona normal y corriente. Con sus problemas y sus obligaciones que busca un rato para escribir.

¿Qué género/s te gusta escribir? ¿Por qué?
No lo tengo definido. Ahora mismo escribo una novela negra porque me siento inspirado en ello pero también comencé varias más y de diferentes géneros. Aunque mi desafío es escribir las realidades que se topa un técnico de emergencias sanitarias. Fui técnico de emergencias sanitarias y es un sector bastante castigado. Trabajar en la calle salvando vidas es muy duro y se merecen un respeto.

Podéis encontrar a Chabi Angulo en: http://chabi-angulo.com
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Podéis contactar conmigo desde Facebook, Twitter, Instagram o desde el email: carlosmorenoescritor@gmail.com

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