Una brisa de aire jugueteó
con la cabellera castaña de Dorian Larkin. El fundador de la resistencia
caminaba a través de una extensa llanura del planeta Mussar. A su lado, los
demás tripulantes de El Heraldo espacial le acompañaban con la mirada perdida
en el horizonte.
Todos excepto Jinx que se
había adelantado unos pasos y abrazaba a Bublin entre sus brazos. Le había
costado trabajo decidirse, pero al final había tomado la decisión. Su vida, la
de sus compañeros, era demasiado peligrosa. Y Bublin no se merecía eso.
Recordó lo mal que lo
había pasado cuando, después de que escaparan de la nave nodriza de Hack en
Looner, se había acordado de su mascota. Habían sucedido tantas cosas ese día
que ni siquiera había reparado en ella. Por eso, cuando pasaron los momentos
siguientes a la explosión de la nave y ellos estuvieron a salvo, volando bien
lejos de Looner a bordo de la nave que habían robado, el simpático animal había
regresado a su cabeza.
El Heraldo espacial quedó
destruido y Jinx se temió lo peor, pues la última vez que le había visto estaba
en el interior de la nave. Por fortuna, mientras la tripulación se lamentaba de
la pérdida de su mascota. El animal había asomado el hocico tras una silla. Al
parecer, de alguna manera, Bublin había logrado escapar del accidente del
Heraldo y ocultarse en el caza en el que ellos estaban.
Por supuesto, todos se
alegraron de la súbita aparición de Bublin, pero en sus cabezas planeaba la
culpabilidad. Días más tarde decidieron llevar a su mascota a su planeta natal,
Mussar. Allí viviría con sus iguales, esperaban que seguro y feliz.
—Adiós, Bublin —se
despidió el piloto con lágrimas en los ojos mientras acariciaba el suave pelaje
del animal. El animalillo emitió un sonido y rozó su cabeza con la mano de Jinx—.
Te echaré de menos.
Una mano se posó en su
hombro y, cuando Jinx desvió la mirada, se encontró con los afables ojos bicolores
de Dorian. Su capitán le observaba con una media sonrisa que intentaba
transmitir comprensión.
—Deberíamos hacerlo ya,
Jinx —le dijo Larkin—. Cuanto antes lo hagamos, mejor.
El piloto asintió con la
cabeza. Dorian tenía razón. No servía de nada retrasar más la despedida.
Agachándose lentamente, Jinx posó a su mascota en el suelo.
—Adiós, amigo —susurró
Larkin inclinándose sobre el animal, que comenzó a correr de un lado a otro.
El resto de la tripulación
se reunió con ellos y, juntos, vieron que entre los arbustos que salpicaban la
llanura en la que estaban, comenzaban a surgir más animales como Bublin.
Su mascota se volvió loca
entonces y comenzó a corretear detrás de sus iguales. Poco a poco, Bublin fue
perdiéndose de vista.
—Es mejor así —comentó
Bran frotándose los ojos—. No me lo perdonaría si llegara a pasarle algo a ese
bicho.
Larkin, por su parte,
continuó con la mirada fija en el lugar en el que el animal se había perdido.
—Volveremos a por él —dijo—.
Algún día.
Relato ambientado en el universo de la novela Crónica galáctica: La cabeza de la serpiente. Podeis adquirirla en El rincón de Carlos Moreno
No hay comentarios:
Publicar un comentario