Después de Quinox, el ángel oscuro 3: Eternos el mundo se puebla de superhéroes y gente con determinados poderes. Algunos de ellos, como Filo o Cadena Plateada ya los conocemos. Pero hay otros, personas anónimas que un buen día se encontraron con poderes que no comprendían y que no podían controlar.
Esta es la historia de uno de ellos.
Nexo
El coche plateado se perdió tras una curva y Faith Linn pisó el acelerador de su propio vehículo para no perderlo de vista. Llevaba dos meses detrás de Harry Moses y no iba a dejar que se le escapara.
Fuera era completamente de noche y Moses se había internado en una carretera secundaria, tan oscura que, si no fuera por los faros de su coche, Faith no vería absolutamente nada.
Ahí estaba de nuevo. Era un todoterreno negro. Parecía un Lexus, pensó Faith, que no estaba muy puesta en coches. Pero no le extrañaría que Moses usara un vehículo de lujo. Ese hombre era el que manejaba los hilos de Seneca, un pequeño pueblo al oeste de Nueva York.
Por supuesto, en el pueblo había un alcalde, policías… pero todos entraban en la nómina de Harry Moses. Era un mafioso, un mafioso que tenía comprado a todo el pueblo y hacía lo que le venía en gana. Y Faith Linn se veía a sí misma como una justiciera decidida a desenmascararle y obligar a las autoridades a detenerle.
Faith sabía que los delitos de Moses iban más allá del mero blanqueo de dinero o la extorsión. Algunas personas que se opusieron a él en el pasado habían desaparecido de forma extraña. No había que ser muy inteligente para adivinar qué había pasado con ellos. Faith sabía perfectamente a lo que se arriesgaba, pero no le preocupaba. En cuanto hiciera lo que tenía que hacer se iría del pueblo y nadie, ni siquiera Moses, podría encontrarla.
El todoterreno negro aminoró la velocidad para girar a la derecha y meterse por un estrecho carril de tierra. Si Faith no se equivocaba, ese carril llevaba directamente a la antigua fábrica de cartones abandonada. Era un buen lugar para hacer lo que fuera que Moses planeara hacer allí.
Detuvo el coche a un lado del arcén y salió de él. Hacía frío, por lo que lamentó no haber cogido una chaqueta y limitarse a salir con una sencilla camisa de cuadros y unos pantalones vaqueros. Pero no era momento de preocuparse por eso. Abrió el maletero y sacó su cámara de fotos.
En realidad el plan era sencillo. Entraría ahí, haría algunas fotos incriminatorias y se iría. Luego las subiría a su blog bajo su pseudónimo y todo el mundo sabría lo que hacía Moses.
La antigua fábrica estaba rodeada por un pequeño bosque, así que la joven se abrió paso entre ramas y árboles hasta que la inmensa pero achaparrada estructura se hizo visible.
A través de las cristaleras rotas se veía un pequeño resplandor amarillo. Posiblemente habrían instalado luces de baja intensidad para iluminar el interior.
Un rápido vistazo le indicó que alrededor de la fábrica había varios hombres vigilando. Policías haciendo un trabajito extra. Desde luego, Seneca estaba podrida por dentro.
No había contado con eso. Ella no era policía ni nada por el estilo y carecía de la preparación necesaria para infiltrarse ahí dentro sin ser detectada. Pero lo que sí que tenía era valentía y un arma que guardaba en el bolsillo del pantalón. Se le ocurrió que tal vez no pudiera entrar sin que la vieran, pero sí que podía hacer que la vieran para entrar.
****
Harry Moses apuró lo que quedaba del cigarrillo y lo arrojó al suelo sin molestarse en apagarlo con el pie. Era un hombre corpulento, con la cabeza completamente rapada y una perilla blanquecina que le otorgaba un aspecto duro. El aspecto que debía tener un hombre con poder como él.
Alguien entró por la pequeña puerta que daba al exterior. Dos de sus hombres escoltaban a otro, más bajo y con una media melena negra surcada de canas. A pesar de su aspecto desaliñado, Moses sabía que era alguien con mucho dinero. El tipo de hombre con el que le gustaba hacer negocios.
—Señor Doherty —saludó extendiendo una mano.
Doherty respondió al saludo y dirigió una impaciente mirada a los contenedores de metal que había al otro lado de la fábrica.
—Debe haber sido complicado traer todo esto hasta aquí sin levantar sospechas —comentó.
—No se levantan sospechas cuando todas las autoridades del pueblo trabajan para ti —contestó Moses, mirando de reojo a los otros dos hombres. Con un movimiento de cabeza les ordenó que se alejaran y estos obedecieron.
Cuando estuvieron solos, los dos hombres comenzaron a caminar hasta los contenedores. En uno de ellos se escuchó un leve roce.
—Están muy tranquilos —apuntó Doherty, acercándose a una pequeña ventana que daba al interior del primer contenedor. La abrió y miró dentro.
—Están drogados —contestó Moses—. Que no levante sospechas no implica que queramos que estén haciendo ruido, ¿no cree?
—Este de aquí me interesa. —Doherty dio un par de palmadas en el contenedor y caminó hasta el siguiente sin dejar de hablar—. ¿Cuánto quieres por él?
—Por este diez mil.
—Trato hecho. ¿Y qué me dices de…?
Se interrumpió en cuanto la puerta volvió a cerrarse con un portazo. Los dos hombres que se habían marchado un momento antes estaban de nuevo allí, esta vez escoltando a una mujer.
Moses frunció el entrecejo al verlos aparecer. No le gustaban los imprevistos. No le gustaban nada de nada. Sin decirle una palabra a Doherty, se desentendió de él y se acercó a sus hombres.
—¿Qué significa esto? —preguntó—. ¿Quién es ella?
—Dice que se ha perdido en el bosque y que busca un teléfono para llamar —contestó uno de ellos.
—Pero al registrarla llevaba esto —añadió el otro mostrando una pistola y una cámara de fotos.
Moses observó los dos objetos un instante y luego dirigió su atención a la mujer. Era joven. Veinticinco o treinta años como mucho. No era especialmente guapa aunque, eso sí, tenía unos ojos grandes y azules que debían llamar mucho la atención de los hombres. El pelo negro y desaliñado caía sin control sobre sus hombros.
—¿Quién eres? —le preguntó directamente.
—Solo pasaba por aquí —contestó ella. Moses se dio cuenta de que las piernas le temblaban—. De verdad.
El hombre levantó una ceja. Sabía cuándo una persona mentía, y en ese caso era evidente que la chica no «pasaba por aquí».
—¿Y siempre vas por ahí con una pistola? —preguntó.
—Es para protegerme. —Ella se mordió los labios—. Por favor, no me haga daño. Yo solo quería…
—Espiarme —completó el hombre—. Espiarme, hacer fotos y acusarme, ¿verdad, Halcón?
La joven levantó la mirada sorprendida.
—Eres Halcón —sonrió Moses—. Ya era hora de que nos conociéramos. Has estado hablando mucho de mí en tu blog. La verdad —añadió mirándola de arriba abajo—, te esperaba distinta.
—Siento desilusionarle.
El criminal esbozó una amplia sonrisa al notar el tono desafiante. Tenía miedo, pero al mismo tiempo plantaba cara. Su pseudónimo estaba bien elegido.
—Está bien —dijo al fin mirando a sus hombres—. Llevadla ahí atrás. Cuando termine aquí veré qué hago con ella.
Moses observó con interés a la joven, arrastrada por los dos matones. Era una chica menuda pero con gran valor. De eso no había duda.
Cuando las tres figuras se perdieron tras uno de los contenedores, Moses volvió a prestar atención a Doherty, que no había apartado la mirada de ellos ni un instante.
—No habrá problemas, ¿verdad? —preguntó el hombrecillo cuando Moses estuvo de nuevo junto a él.
—Nada que no haya solucionado ya. —El mafioso hizo un movimiento con la mano para quitarle importancia al asunto—. ¿Y bien, señor Doherty? ¿Piensa comprar alguno más?
****
«¿Siento desilusionarle?». ¿En serio había dicho eso? Faith resopló. Podía haber dicho cientos de cosas. Pero no, había decidido recurrir a una de las frases más usadas en el cine malo de acción.
Seguro que era por el miedo, claro que sí. Aún le temblaban las piernas. Habían pasado diez minutos desde que los dos gorilas de Moses la habían llevado allí, atándola a unas tuberías entre dos enormes contenedores de metal.
Había respirado hondo y hecho todas las cosas que conocía para relajarse. Y aun así le seguían temblando las piernas. Por un momento creyó que le iban a pegar un tiro allí mismo. Aunque, bien pensado, todavía no era tarde para eso.
Se obligó a serenarse, mirando a su alrededor. No estaba en otra habitación aparte. Por lo que había visto, esa fábrica no tenía habitaciones, solo una cantidad enorme de contenedores de metal, como los que tenía a cada lado. No quería ni imaginar qué contendrían. Aunque, en cuanto entró, obligada por los dos gorilas, no pudo evitar escuchar parte de la conversación de Moses con el otro tipo. Y tenía una teoría. Esperaba equivocarse.
Golpeó ligeramente con la pierna el contenedor de su derecha.
—¿Hola? —llamó.
Solo le contestó un movimiento. El roce de un cuerpo contra el metal.
—Hijo de puta —masculló—. Está traficando con personas.
Volvió a golpear el contenedor. Quienes quieran que estuvieran ahí dentro no podían hablar. Tal vez estaban amordazados o drogados. Pero sí que podían escuchar.
—Tranquilos, ¿me oís? —les dijo, intentando imprimir a su voz un tono cargado de esperanza—. Saldréis de aquí. Escaparé y…
—¿Con quién hablas?
Moses había aparecido frente a ella. Imponente, con sus casi dos metros de altura y su perilla blanca. La miraba con curiosidad y sus labios se torcían en un gesto divertido.
—¿Qué les has hecho? —escupió Faith—. ¿Los has drogado?
—Por supuesto que sí. Necesito que estén tranquilos y no hagan ruido.
—De esta no sales —amenazó la mujer, fulminándole con la mirada—. Vas a la cárcel seguro.
—¿Y quién me va a llevar allí? —Moses se agachó para ponerse a su altura—. ¿Tú? ¿Con tu blog?
Faith enmudeció, arrugando los labios. En realidad, Moses tenía razón. Estaba atada y a merced de un psicópata. ¿Qué demonios podría hacer ella?
—Sabes cómo va a terminar esto, ¿no? —prosiguió Moses mientras sacaba un arma de su chaqueta—. No puedo dejarte ir. Espero que lo comprendas.
—La gente preguntará por mí. —La joven sintió que su frente se perlaba de un sudor frío—. Te descubrirán, ya lo verás.
El mafioso comenzó a reír de repente.
—Me gustas. Me caes bien, eres terca.
—No lo sabes tú bien.
—¡Vamos, levanta! —Moses dejó de reír y desató con brusquedad las ataduras de Faith.
La joven se frotó las muñecas cuando estuvo libre. No se había dado cuenta, pero las cuerdas estaban muy apretadas.
—¡Anda! —ordenó el hombre, empujándola para que caminara.
Faith obedeció a duras penas, pues seguía asustada y sus piernas no habían dejado de temblar. Aun así, levantó la barbilla y avanzó con toda la dignidad que pudo.
Moses la guió a través de la construcción hasta salir al exterior. Se sorprendió al comprobar que había amanecido. Debía haber estado prisionera al menos una hora. Pensaba que había sido menos tiempo.
Allí estaban ya todos sus hombres, no solo los dos gorilas que la habían cogido. Todos ellos eran policías que conocía del pueblo. Los miró con odio. Cómplices de tráfico con humanos. No merecían estar en libertad.
El mafioso, que seguía tras ella, clavó el cañón del arma en su nuca, obligándola a agacharse. Faith se arrodilló mientras sentía una lágrima resbalar por su mejilla. ¿Ya estaba? ¿Así acababa todo? ¿Asesinada en mitad de un bosque sin que nadie se enterara? No quería morir, pero era consciente de que no podría escapar con tantos hombres a su alrededor.
En lugar de resistirse, decidió irse de forma digna. Alzó la barbilla de nuevo, tragó saliva y miró al frente.
Entonces dobló la cabeza con curiosidad.
Había algo en el cielo. Un momento antes estaba despejado, pero ahora habían aparecido unas extrañas nubes verdes que se movían de forma sinuosa. Se deslizaban en el aire con suavidad, pero veloces. E iban directamente hacia ellos.
—¿Qué coño es eso? —preguntó uno de los hombres de Moses.
La presión de la pistola en su nuca se aflojó cuando el criminal se sorprendió por lo que estaba viendo. Faith cerró los ojos y respiró hondo. Bueno, pensó, quizás era momento de pasar de la dignidad y apostar por la supervivencia.
Aprovechando la momentánea distracción que habían generado las nubes verdes, Faith se giró y empujó a Moses con el hombro, derribándolo en el suelo.
Los demás hombres reaccionaron y levantaron sus armas.
—¡Que no escape! —ordenó Moses cuando Faith comenzó a correr para internarse en el bosque y escapar.
La chica solo escuchó un disparo e, inmediatamente, un agudo dolor invadió su hombro. Cayó al suelo, gritando y agarrándose la herida.
Escuchó los pasos de Moses y sus hombres acercase a ella y, por fin, el mafioso apareció en su campo de visión. Faith quiso gritar, pedir auxilio, pero la voz no salía de su garganta.
—Lo siento, Halcón —dijo Moses apuntándole a la cabeza.
La joven no cerró los ojos. Por alguna razón, el cañón del arma era algo hipnótico y no podía apartar la vista de ella. Estaba segura de que iba a morir, pero los árboles a su alrededor comenzaron a caer.
Las nubes verdes habían llegado. Pero eran nubes físicas. Arrasaban con todo a su paso. Vio a Moses salir despedido en el aire, empujado por una de ellas.
Esta vez sí, Faith cerró los ojos, se abrazó las piernas con los brazos y rezó para no morir.
****
Cuando despertó, las nubes verdes habían desaparecido y el cielo aparecía azul encima de ella. El día había avanzado, pues el sol estaba alto sobre el horizonte. Debía haber estado inconsciente al menos un par de horas.
Se incorporó y lanzó a un lado varias ramas que habían caído sobre ella. No había ni rastro de Moses y sus hombres, y a su alrededor solo había árboles arrancados de cuajo, como si hubiera pasado un tornado.
—Oh, Dios mío —dijo cuando vio la fábrica derruida. Las paredes y el techo habían caído, sepultando los contenedores donde estaban las personas encerradas.
Faith corrió hacia allí, agarrándose el hombro herido. No escuchaba ningún grito ni gemido. Era como si no hubiera nadie por allí. Unos pájaros de colores que no había visto nunca se elevaron en el cielo cuando ella apartó dos placas metal y estas cayeron al suelo con un estruendo.
De repente escuchó un gruñido. Ella estaba acostumbrada a los perros, en Seneca los había a montones. Pero, desde luego, aquel no era el gruñido de un perro. Al menos no de uno de tamaño normal. El movimiento de unas patas en el suelo la hicieron tragar saliva.
Tuvo que armarse de valor para girarse. Al hacerlo, sintió de nuevo que las piernas le fallaban. Frente a ella, un enorme tigre la miraba fijamente. El animal se movió a un lado, deslizándose sobre el suelo con elegancia.
En algún lugar de la nave se escucharon más roces. Más animales. Moses no traficaba con humanos, sino con animales.
—Vale, chiquitín —susurró Faith intentando imprimir tranquilidad a su voz—. Tranquilo, ¿vale? No me vayas a comer. Sé que no estoy buena. Como mucha pizza y me he fumado algún que otro cigarro. No soy un buen menú. Yo…
El tigre la interrumpió con un potente rugido que se elevó en el aire, sobresaltando al resto de animales que había por allí. Más pájaros levantaron el vuelo y se colaron por diversos huecos para salir al exterior.
Faith, asustada, cayó al suelo de espaldas y se arrastró para alejarse del animal.
—Por favor —gimió, nerviosa—, no me hagas nada.
El tigre comenzó a caminar hacia ella. Faith no podía apartar la mirada de las potentes fauces que no tardarían en devorarla. Las mismas que…
—¿Qué haces? —preguntó la joven estupefacta.
Se había tumbado. El animal se había tumbado a poco más de un metro de ella, y la miraba con sus expresivos ojos negros. Pero ya no había agresividad en ellos. Había… ¿sumisión?
Faith se incorporó sin perderlo de vista y lo rodeó, caminando lentamente. El tigre no se movió, limitándose a seguirla con la mirada.
Decidió no tentar a la suerte y se lanzó a correr para escapar lo antes posible de aquel lugar lleno de animales. Si había un tigre, a saber qué más habría por allí.
No tenía pensado detenerse hasta encontrar la carretera y llegar a su coche, pero la inmensa figura de Moses la esperaba en el exterior. Su ropa estaba sucia y manchada de sangre por todas partes, pero levantaba el arma hacia ella con gesto amenazador.
—¡Hay que irse de aquí! —gritó Faith fuera de sí—. ¡Esto está lleno de animales!
La primera bala se estrelló en el suelo, a pocos centímetros del pie izquierdo de la joven, levantando una nube de tierra. Faith dio un paso atrás cuando Moses se acercó a ella, aún con el arma en la mano.
—Todavía puedo arreglar esto —dijo—. Tú eres el único cabo suelto que queda. Lo siento, Halcón.
De repente un rugido rompió el silencio. La imponente figura del tigre apareció a pocos metros de Moses y se abalanzó sobre él, cerrando las fauces en torno a su cuello. Faith se tiró al suelo en un gesto instintivo, pero no podía apartar la mirada de la matanza que se desarrollaba frente a ella.
Pasaron dos minutos interminables hasta que el animal levantó el hocico manchado de sangre. El cuerpo del criminal estaba inmóvil bajo sus patas.
¿La había defendido?, se preguntó Faith. ¿El tigre había matado a Moses para protegerla? Era imposible, aunque, por otro lado… Le había atacado a él y no a ella. Ahora lo único que hacía era mirarla con interés, nada más. Y no era la primera vez que lo hacía.
—Hola, chiquitín —dijo con voz temblorosa—. ¿Qué es lo que quieres?
Una sucesión de imágenes apareció en su mente. Eran solo sensaciones pero, de algún modo, fue capaz de descifrarlas.
«Puedes hablar».
«¿Y tú?», preguntó ella a su vez.
«¿Quién eres?», preguntó el tigre, mirándola fijamente.
«Me llamo Faith. ¿Y tú?».
«Yo no tengo nombre». El tigre se movió para acercarse a ella. Faith tragó saliva cuando el hocico acarició su rostro. Comenzó a lamerle una herida que tenía en la frente.
«¿Por qué haces eso?», quiso saber la joven.
Cuando consideró que la herida estaba limpia, el animal se giró y comenzó a caminar hacia los árboles.
«Porque eres como yo», respondió antes de perderse entre la maleza.
FIN
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