Ahh, el malo. Ese personaje tan importante en toda buena historia; ese capullo de voz profunda que pone en aprietos a nuestro héroe. El malo es uno de los personajes más importantes de una novela. Pero que sea importante no implica que haya unas reglas para crearlo. El villano de la función puede ser tan malo y tan cruel como tú quieras. Incluso no hace falta que sea una persona.
Porque un villano tiene muchas caras. Puede ser desde un demonio encerrado en una prisión que se está rompiendo hasta un jarrón de porcelana china. El quid de la cuestión es que haya algo que ponga en aprietos al protagonista: ese algo es el villano.
Pero todo esto entraría en el ámbito de la técnica literaria y yo no estoy aquí para enseñar. De hecho, me vendría muy bien que me enseñaran a mi. Yo estoy aquí, en este blog, para hablaros de mis malos, de cómo me gustan que sean los villanos de los libros que escribo o que leo. Y a mi me gusta que sean... malos. Muy, muy malos.
Los que hayáis leído mis novelas sabréis que los enemigos a los que mis personajes se tienen que enfrentar son esos amigos que nunca querrías tener. Despiadados, crueles, sanguinarios, traidores, mentirosos... Lo que en la calle se llama un hijolagranputa, vamos.
Porque en cierto modo, los malos son como nuestra parte oculta ¿no? No todos somos completamente buenos o completamente malos. Somos una especie Ying y Yang; una especie de Fuerza con su lado oscuro y luminoso. Un escritor, cuando escribe una novela, pone mucho de sí mismo en los personajes. Evidentemente lo exageramos, claro. No es que vayamos por la vida matando gente. Pero siempre hay algo de nosotros mismos en cada personaje o escena.
Por eso me gustan los malos como Pete "El rompehuesos" de las tres primeras entregas de Quinox o el villano de Riverside Falls (decir su nombre sería hacer spoiler), porque son humanos. El ser humano es cruel, en mayor o menor medida, no podemos evitarlo. Otra cosa es que tengamos más en el lado de la balanza del bien que en la del mal. Pero todos tenemos algo de villano. Nuestro trabajo como escritores consiste en coger esa parte mala, esa parte de villano que todos tenemos, y convertirla en algo nuevo, en un personaje que el lector quiera leer.
Por eso, desde aquí, desde este humilde blog entono una ovación por esos villanos que putean todo lo posible al bueno. Porque sin ellos no habría aventura, sin ellos no habría sufrimiento. Y otra cosa muy importante en una buena historia es que el bueno sufra, que sufra todo lo que pueda, para al final, lograr resurgir como un Ave Fénix.
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