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Adelanto de Crónica galáctica: La cabeza de la serpiente


Portada diseñada por Carlos Moreno.
Soy mejor escritor que diseñador gráfico. Lo sé.


Capítulo 1Y la oscuridad se sumió sobre él


El silencio invadía cada rincón de Alarkán. La luna, grande y blanca, reflejaba su luz en las irregulares superficies de los bajos edificios de piedra. Las calles de aquél pequeño poblado estaban vacías a aquellas horas de la noche, y el calor había obligado a sus habitantes a encerrarse en sus casas, más frescas. Sólo el sonido de unos pasos recorrían, en aquellos momentos, las estrechas callejuelas. 
Tres figuras se deslizaron en la oscuridad, en silencio. Parecía que sus pies apenas tocaran el suelo, se movían como sombras. Una persona que pasara a solo dos metros de ellas no habría podido darse cuenta de su presencia. Siguieron corriendo, ocultándose y avanzando sin cesar. De pronto, al final de una larga y estrecha calle, encontraron su destino.
El edificio podría haber pasado como uno normal de no ser por un pequeño detalle. De paredes grises y de dos pisos, era el único en la pequeña ciudad de Alarkán que tenía a aquellas horas una luz encendida. Los tres individuos se acercaron a la puerta de la planta baja y extrajeron sus armas de las largas túnicas negras que cubrían sus cuerpos.
—Comencemos —ordenó uno de ellos en un susurro.
Los otros dos cargaron las armas que empezaron a emitir un leve zumbido y, acto seguido, dispararon a la puerta.
La explosión rompió el silencio y la tranquilidad de la ciudad, levantando una pequeña nube de humo y polvo que se alzó en el cielo, ocultando las estrellas. Los tres hombres entraron a través de la puerta destrozada y llegaron a una pequeña habitación en la que únicamente había una escalera. Sin perder un instante, ascendieron por ella a toda velocidad.
Las órdenes que habían recibido eran muy precisas. Tenían que encontrar al objetivo, reducirlo y llevarlo a bordo de la nave que esperaba en las afueras de la ciudad. No era una misión complicada. Los habitantes de Alarkán eran un pueblo pacífico. Las armas en aquél lugar brillaban por su ausencia y era altamente improbable que alguien les plantara cara o les diera problemas mientras escapaban con el objetivo.
Aún así, a aquellos tres hombres, preparados y entrenados, les gustaba tenerlo todo bajo control. Antes de comenzar la misión habían estudiado planos en tres dimensiones del pueblo para memorizar el mejor camino hasta el edificio que tenían que abordar. Examinaron cada esquina, cada rincón en el que ocultarse, e idearon una vía de escape, teniendo en cuenta las zonas menos pobladas. Nunca habían estado en Alarkán pero su preparación les permitía atravesar toda la ciudad con los ojos cerrados.
Lo mismo sucedía con el edificio. Sabían perfectamente que nada más entrar por la puerta encontrarían una escalera a su derecha. Sabían también que la escalera tenía cuarenta escalones divididos en cuatro partes de diez, y que tardarían diez segundos exactos en llegar a la parte más alta.
Por eso no se sorprendieron cuando encontraron una nueva puerta de madera, por la que se filtraba una fuerte luz. Era menos gruesa que la de la planta baja, por lo que solo tuvieron que golpearla con los pies para derribarla.
Cuando la madera cayó al suelo con un fuerte ruido, levantando una nube de polvo, los tres soldados se encontraron con una habitación desordenada. Los muebles estaban tumbados en un suelo salpicado de libros, papeles y todo tipo de objetos. Nada en aquél lugar parecía estar en su sitio. Excepto la pequeña vela que danzaba solitaria sobre una mesa y el hombre que se apoyaba con la espalda sobre la pared del fondo.
El soldado que iba en medio examinó al individuo. Tendría unos treinta y cinco años, aunque su piel podía haber sido la de un hombre de cincuenta. Algunas arrugas prematuras surcaban un rostro que observaba con horror a los recién llegados. 
—Es él —dijo al fin—. Cogedle.
—¿Quiénes sois? —pregunto el hombre con voz temblorosa cuando vio que se acercaban a él con actitud decidida—. ¿Qué queréis de mí?
Los desconocidos ignoraron las preguntas del hombre y levantaron las manos para agarrarle por los hombros. Pero no pudieron hacerlo pues una extraña fuerza invisible los empujó hacia atrás, estrellándolos contra la pared. El único que quedaba en pie miró a sus compañeros despatarrados en el suelo, que intentaban levantarse doloridos, y luego miró al objetivo.
—Ese poder que tienes es maravilloso —comentó con una sonrisa, dando un paso al frente—. Deberías explotarlo más.
El hombre no contestó. Simplemente se dedicó a mirar al desconocido con el rostro desfigurado por el miedo.
—Tu rey te necesita —susurró el soldado—. ¿Por qué no te entregas pacíficamente?
Sus dos compañeros se habían levantado y ya alzaban sus armas directamente a su objetivo, dispuestos a atacar al menor atisbo de rebeldía. Cuando el hombre vio la amenaza en sus rostros no lo dudó un instante. Cerró los ojos e invocó aquél extraño poder que tenía desde pequeño y que iba consumiéndole poco a poco.
De pronto un dolor atravesó su cuerpo como un aguijón. El pobre hombre cayó al suelo de rodillas, presa de espasmos, y abrió los ojos para ver que el soldado que le había hablado empuñaba en sus manos una especie de pistola de la que salía un rayo azul de electricidad y que iba a parar directamente a su pecho. Intentó invocar de nuevo su poder pero fue inútil. No sucedió nada.
El rayo cesó y el acosado cayó al suelo sin poder moverse. Unas manos le agarraron del cabello y tiraron de él hacia arriba.
—Tus magias no pueden hacer nada contra mí —dijo el soldado mirándolo fijamente con expresión enloquecida—. No puedes hacerme daño.
—¿Y puede hacerte daño esto? —preguntó de pronto una voz desconocida, justo antes de que un rayo de energía surgiera de la oscuridad y fuera a impactar directamente al hombro del soldado, que se derrumbó en el suelo.
Tres figuras entraron en la habitación. Una de ellas iba vestida con una túnica negra y una capucha ocultaba su rostro. Los otros dos eran una mujer negra, alta y esbelta que vestía con un traje plateado y ceñido; y un hombretón grande y musculoso. Los tres empuñaban armas que apuntaban directamente a los soldados.
Los desconocidos se lanzaron a toda velocidad sobre los dos soldados que quedaban en pie y los redujeron a base de golpes. La mujer se movió ágilmente entre los dos y golpeó en la mano a uno de ellos haciendo que soltara el arma, luego su puño se estrello en el rostro del hombre, que cayó hacia atrás. Antes de que su cuerpo tocara el suelo, un rayo de energía estalló en su pecho.
El otro soldado murió más rápido. Su primer instinto había sido el de atacar al hombre de la túnica y la capucha, pero su objetivo se apartó tranquilamente hacia atrás y adelantó una pierna haciéndole la zancadilla. Entonces, el hombretón que había junto a él solo tuvo que agarrarle la cabeza y golpearla contra la pared, matándole al instante.
—Te has pasado, Bran —murmuró el de la capucha observando el cuerpo inerte del soldado—. Eso tiene que haberle dolido.
—Se lo tiene bien merecido —se defendió el hombretón—, por meterse donde no le llaman.
—¿Cómo está el hombre, Dahi? —el encapuchado, que parecía el jefe, se volvió a la mujer negra que ya estaba junto al cuerpo inmóvil del objetivo de los soldados.
—Se pondrá bien —contestó Dahi con una sonrisa—. Aunque parece que ha estado usando el Aura mucho en estos años. Su cuerpo está muy corrupto.
—Poco podemos hacer por él en ese sentido.
—Lo mejor es que hagamos lo que hacemos siempre, Dorian —propuso Bran—. Dejarle aquí y que siga con su vida. Ya le hemos salvado. Nuestro trabajo está hecho.
Dorian Larkin frunció el entrecejo y se acercó al hombre que yacía en el suelo y respiraba con dificultad. Dahi guardó silencio mientras Larkin lo examinaba paseando su mirada bicolor por su consumido cuerpo. Sus ojos, uno rojo y otro azul, dejaban entrever un atisbo de tristeza. Desde el principio Dorian había tenido la intención de dejarlo en aquél planeta, como a todos lo que habían salvado en ese último año. Los salvaban y los dejaban seguir con su vida. Como Bran había dicho, su trabajo estaba hecho.
Sin embargo, cada vez que salvaban a alguien y luego le dejaban a su suerte, no podía evitar pensar que, tal vez, lo único que estaban haciendo es alargar un poco más su vida, pero que morirían igualmente. Ya fuera consumidos por el Aura o porque los hombres del rey Hack los volvieran a encontrar.
En aquellos momentos, Dorian tomaba una difícil decisión. En el fondo sabía que no había otro camino posible y siempre tomaba la misma. Pero cuando se trataba de dejar a su suerte a un niño de diez u once años, por ejemplo, aquella decisión se convertía en una tortura que martirizaba su mente día y noche.
—Lo dejaremos aquí —decidió al fin—. Como siempre. No podemos hacer otra cosa ¿Dónde llevamos a tanta gente? No cabrían todos en el Heraldo Espacial.
—¿Y con estos dos qué hacemos? —preguntó Bran levantando con sus fuertes brazos los dos cuerpos de los soldados.
Dorian sonrió al ver al hombretón con los dos cadáveres colgando de cada una de sus manos.
—Con esos dos también lo de siempre —contestó con una amplia sonrisa—. Los llevaremos al Heraldo y cuando estemos fuera del planeta los soltamos al espacio. Para que se den una vuelta —añadió en tono cómico.
—Así me gusta, amigo —exclamó Bran mientras se giraba y arrastraba los dos cuerpos escaleras abajo.
Dorian lo miró perderse en la oscuridad y se volvió a Dahi.
—Será mejor que nos… —su voz murió en sus labios cuando vio que el jefe de los soldados se había levantado y había agarrado a Dahi por el cuello. El cañón de un arma descansaba sobre la nuca de la mujer.
—No tan rápido, Larkin —susurró su enemigo—. Tu padre se pondrá muy contento cuando te lleve ante él.
De un rápido movimiento la pistola de Dorian apuntó al soldado y ambos hombres se miraron fijamente.
—Mi padre está loco —escupió Larkin sin perder de vista al soldado. Dahi respiraba con dificultad pues el hombre le apretaba con fuerza en el cuello—. Suéltala y arreglemos esto entre nosotros. Ella no tiene nada que ver.
—Oh, sí que tiene que ver —replicó el soldado—. Forma parte de la tripulación del Heraldo Espacial ¿no? Ese es el objetivo de esta misión: capturaros a todos.
Dorian frunció el entrecejo con curiosidad.
—¿De qué estás hablando?
—¿Crees que fue casualidad que escucharais la transmisión en la que hablábamos de secuestrar a este hombre? ¿De verdad piensas que fue un golpe de suerte?
—Dahi, ¿me das permiso para disparar? —Larkin preguntó con decisión mientras apuntaba directamente a la cabeza del soldado. 
—Mátale, Dorian —fue la única respuesta de la mujer—. Luego me limpiare.
El capitán del Heraldo Espacial emitió una sonrisa. Lo que más le gustaba de su tripulación era que ni en los peores momentos perdían el buen humor. 
—No creo que tengas esa oportunidad, Larkin —sentenció el soldado. Luego movió la cabeza hacia un transmisor que ocultaba en la hombrera de su túnica—. Adelante.
De pronto, la ventana que había a la izquierda de Dorian saltó en pedazos, esparciendo una lluvia de cristales sobre él. Un soldado completamente vestido de negro cayó al suelo, rodó sobre sí mismo y se arrodilló apuntando con un arma larga al pecho de Larkin sin que este pudiera hacer nada. A este le siguió otro, y a este, otro más.
Lo mismo sucedió con la otra ventana. Dorian esbozó una mueca maldiciendo por lo bajo. Tuvo la tentación de disparar pero era consciente de que, si lo hacía, en un momento sería acribillado. No, era mejor esperar un momento más propicio.
En un instante la habitación se llenó de soldados que apuntaban con sus armas de rayos al hombre de ojos bicolores.
—Ahora suelta el arma —ordenó el soldado que agarraba a Dahi— si no quieres que tú y tus amigos os convirtáis en puré.
Tras Dorian, varios soldados entraron también por la puerta. Entre ellos caminaba con gesto de fastidio Bran, con varias armas apuntando a su descomunal pecho.
—Lo siento, Dorian —se disculpó con la mirada clavada en el suelo.
—No te preocupes, amigo —musitó Larkin levantando las manos y con ellas su pistola—. ¿Qué vas a hacer con nosotros ahora que nos tienes? —preguntó al soldado que amenazaba a Dahi.
—Iréis a Kur, a la base de Hack —respondió el soldado—. Una vez allí, el rey Hack hará con vosotros lo que considere oportuno. Pero antes tenemos que tratar un asunto —añadió soltando a Dahi, que fue a parar entre los brazos de un soldado. La mujer lanzó una mirada asesina al hombre.
Dorian enarcó una ceja en un gesto de incredulidad pero guardó silencio. Deseaba saber de qué asunto se trataba.
—Sabemos que en vuestra nave, el Heraldo Espacial, hay dos tripulantes más ¿Dónde están? —preguntó el soldado con expresión tranquila.
Larkin sonrió divertido y miró al soldado con el ceño fruncido.
—Jinx y Moon ya deben estar bien lejos de aquí —dijo—. Al igual que tú llevo un transmisor oculto en mi túnica. Ellos han escuchado toda esta estúpida conversación y han huido. Nunca los encontrareis, nunca daréis con ellos. Serán invisibles para vosotros.

—Tenemos que ir a rescatarlos —dijo Moon con decisión—. No podemos irnos y dejarlos solos.
—Ya-ya ha-has escu-cuchado a Do-Dorian —tartamudeó Jinx, el piloto del Heraldo—. Te-tenem-mos q-que irnos.
—De eso nada. No voy a dejar a mi marido a merced de la Monarquía.
Estaban en la cabina de mandos del nuevo Heraldo Espacial, ocultos en un cañón rojo y profundo. El sol ya empezaba a salir y, poco a poco, las tinieblas se iban tiñendo de un  color ocre.
—Pe-pero Do-dorian no apr-proba-bará esto.
—Me da igual si Dorian lo aprueba o no —replicó Moon, saliendo de la cabina para llegar al armario donde guardaban las armas—. No hemos venido aquí para dejarles  a su suerte. Hemos caído en una trampa y debemos salir de ella.
Tras decir esto abrió el armario y un auténtico arsenal de armas apareció ante ella. Examinó el contenido con aire metódico y, cuando lo hubo decidido, cogió una pequeña pistola. Por su aspecto podría parecer débil, pero los rayos de energía que lanzaba eran capaces de hacer volar por los aires un aerodeslizador como los que usaban en las ciudades de los planetas más grandes.
En el último año, Moon había aprendido y viajado mucho. Desde que habían truncado los planes de Hack en Looner, la mujer se había visto absorbida por la Resistencia, un grupo que luchaba contra el gobierno del rey Hack. Al principio no había estado muy segura de ellos, pero poco a poco, había visto la realidad. Había descubierto que el rey, a pesar de su imagen, era un tirano que usaba a los habitantes de la galaxia para sus propios planes.
Uno de esos planes era usar el Aura como fuente de energía. El Aura era una especie de energía que recorría el cuerpo de algunas personas y que les permitía hacer cosas increíbles, como mover objetos con la mente e incluso volar. La contrapartida del Aura era que, si se usaba demasiado, corrompía el cuerpo. Las personas que lo usaban demasiado acababan prematuramente avejentadas y morían de viejos siendo relativamente jóvenes.
La intención de Hack era secuestrar a esas personas y extraerle esa energía para hacer volar grandes naves y dar luz a un planeta durante mucho tiempo. 
Por suerte, un año antes, Moon se había topado con Dorian Larkin y había descubierto la verdad. Cuando su vida en Looner quedó destruida, no tuvo más remedio que unirse a la Resistencia. Además, había algo que la retenía allí. Dorian y ella se habían casado.
Más allá de la imagen cruel de Dorian, Moon había descubierto a un hombre sensible que luchaba en su interior contra sus propios fantasmas. Era el hijo de Hack y no estaba de acuerdo con la forma de gobierno del rey, lo que había provocado que su padre intentara matarle en algunas ocasiones. Por si eso fuera poco, el rey había matado a su otro hijo, Darren, al descubrir que tenía el Aura. Usó su energía para hacer volar la primera nave nodriza que construyó. Además, Dorian también poseía el Aura y debía ocultarlo ante el mundo. 
Todo aquello hacia que Dorian se escondiera bajo una máscara de dureza y crueldad que en realidad no tenía. Moon había sido capaz de traspasar esa mascara y ver al verdadero Dorian Larkin, un hombre amable y divertido con sus propios planes de futuro. En más de una ocasión desde que se casaron, Dorian había expresado su deseo de dejar la resistencia y retirarse a algún bonito planeta a vivir lo que le quedaba de vida. 
Por eso no pensaba dejar a su marido allí, en aquél caluroso planeta, en manos de un hombre desquiciado que, o le mataría al instante o, peor aún, le usaría como fuente de energía para alguno de sus maquiavélicos planes.
—En-entonc-ces s-será me-mejor que trac-cemos u-un pl-plan —dijo entonces Jinx dándose por vencido.

El puño volvió a estrellarse de nuevo sobre el rostro de Dorian provocándole un dolor que comenzaba a ser insoportable. La cara le zumbaba a causa de la hinchazón y sentía un hilillo de sangre recorrer su barbilla, hasta gotear sobre sus piernas. Estaba sentado en una silla atado de pies y manos, recibiendo golpes casi sin parar del general Gladius. El soldado se había presentado educadamente antes de comenzar con el interrogatorio. Un gesto que a Dorian le pareció de lo más siniestro.
—¡¿Dónde están?! —volvió a preguntar por enésima vez el general.
—Ahora estarán tomándose unas copas a tu salud en algún garito de mala muerte —contestó Dorian con sorna—. Posiblemente cerveza helada.
El general Gladius agarró con fuerza a Dorian por la barbilla y le empujó con fuerza haciendo que la silla se inclinara sobre el suelo.
—Estoy cansándome de tus bromas, Larkin —dijo clavando su mirada en los ojos bicolores del capitán de la Resistencia.
—Pues siéntate y descansa.
Gladius, cansado ya de tanto juego, soltó a Dorian y la silla volvió a ponerse en situación normal. Luego hizo una señal a uno de sus hombres, que agarró a Dahi por el cuello y la obligó a caminar hasta ponerse frente a Larkin. La mujer se resistió pero el arma que se apoyaba contra su nuca la convenció de que debía obedecer.
—¿Serás capaz de seguir bromeando cuando el cuerpo inerte de tu amiga caiga al suelo? —preguntó Gladius apartándose para que Dorian pudiera ver bien a Dahi.
—No te preocupes por mí, Dorian —la mujer intentó seguir hablando pero el arma se hundió aún más en su carne y se vio obligada a callar presa del dolor.
Bran, rodeado de varios soldados que apuntaban sus armas a su cabeza hizo ademán de correr hacia ella, pero un hombre hundió la culata en su entrepierna con fuerza y el hombretón se dobló dolorido con los ojos bizcos. A Dorian le pareció curioso ver a un hombre tan enorme y fuerte doblado sobre su estomago, a merced de soldados que no eran ni la mitad de grandes que él.
Larkin apartó la mirada de su amigo, observó a Dahi y luego volvió a mirar a Gladius.
—¡Venga ya, Gladius! —dijo esbozando una amplia sonrisa que mostró unos dientes manchados de sangre—. Nos secuestras, me torturas para saber donde están mis amigos y ahora me amenazas con matarlos. No tiene mucho sentido ¿no crees?
—No sabes de lo que soy capaz, Larkin.
—Sí, sí que lo se —replicó Dorian—. Tú solo eres un mensajero. Has venido aquí a por mí porque mi padre te lo ha ordenado. Pero él nos quiere a todos ¿verdad? Si no fuera así no estarías aquí pegándome. Habrías matado a Dahi y Bran hace tiempo y te daría igual donde estuvieran Moon y Jinx.
Gladius miró a Dorian con el rostro desencajado por la ira. Lo que más le encolerizaba era que tenía razón. Las órdenes de Hack era capturar a todos los componentes del Heraldo Espacial. Aquél hombre se estaba burlando de él delante de sus subordinados y le estaba haciendo quedar en ridículo. Pero aquello no podía quedar así, debía hacer algo para recuperar su posición ventajosa. 
Sin pensarlo dos veces se giró y agarró por el cabello al hombre que había ido a secuestrar. El plan había sido usar a ese hombre, un profesor de Alarkán con Aura, como cebo para que Larkin y los demás fueran allí y hacerles la emboscada. Además también tenían que llevarse al profesor, pues servía para los planes de Hack. Habría sido un plan perfecto de no ser por la resistencia ante las torturas de Larkin. Por suerte, había muchas personas más en la galaxia que poseían el Aura, pero sólo había un Dorian Larkin.
El profesor se quejó cuando Gladius le obligó a levantarse y a caminar hacia delante.
—Él no es indispensable —dijo Gladius apoyando la pistola en la espalda del hombre—. ¿Dejaras que lo mate?
Dorian apretó los dientes y guardó silencio. Había previsto que, tarde o temprano, Gladius usaría a aquél inocente para sacarle la verdad. Lo que no había podido pensar era una forma de salvarle la vida sin revelar la ubicación de Jinx y Moon.
—Es solo una persona inocente —protestó Larkin revolviéndose en la silla—. No le hagas daño.
—Que le haga daño o no depende de ti.
Larkin hinchó las narices, impotente. Hiciera lo que hiciera, alguien saldría dañado. O ellos o el profesor. Aunque pensándolo fríamente, al profesor le matarían de todas maneras. Dudaba mucho que Gladius le dejara vivir tranquilo sabiendo que poseía el Aura y que Hack buscaba a gente así.
De pronto un sonido se dejó escuchar a lo lejos. Era como el motor de una máquina. Uno de los soldados se acercó a la ventana y oteó el firmamento. Sobre el pequeño poblado, el sol ya había salido y los pocos habitantes dejaban ya sus casas y caminaban por las estrechas calles, ajenos a lo que sucedía en el interior del edificio.
El soldado observó el cielo con curiosidad, buscando el origen de aquél sonido. Cuando lo descubrió su rostro se desencajó por la sorpresa.
—¡Al suelo! —gritó mientras se tiraba en plancha y la ventana saltaba en pedazos tras él, dejando una abertura similar a la de una puerta. Todos los allí presentes se arrojaron al piso, protegiéndose bajo las mesas y ocultándose en las esquinas.
Bran aprovechó aquél momento de desconcierto para soltarse de sus captores y lanzar un derechazo contra el rostro del que tenía más cerca. Luego, en un movimiento que no correspondía con alguien de su tamaño, se giró y estrelló la cabeza de otro contra la pared.
Dahi, tampoco se había quedado quieta. De un salto se había librado de sus guardianes, los había dejado fuera de combate y, tras robar una pistola y matar a tres soldados, se acercó a Dorian.
—Tenemos que salir de aquí —dijo mientras desataba apresuradamente los nudos que aprisionaban a su compañero.
—¿Dónde está el profesor? —preguntó Larkin levantándose mientras se frotaba las doloridas muñecas.
La respuesta a su pregunta le llegó en forma de grito. Un alarido se elevó por encima del ruido de los lásers y el sonido que seguía escuchándose en el exterior. Los ojos bicolores de Dorian se clavaron en la figura enjuta del profesor cuando este cayó al suelo, abatido bajo un rayo que había impactado en su pecho. Tras él, Gladius bajó el arma.
—Te lo dije, Larkin —dijo el general con la locura impregnada en su mirada—. Tú serías el culpable de su muerte.
—¡Era una persona inocente! —replicó Dorian encolerizado, al tiempo que se lanzaba sobre Gladius.
El general, pillado por sorpresa, no pudo disparar el arma a tiempo y el puño de Larkin se estrelló con fuerza en su rostro. Ambos hombres cayeron al suelo, empujados por el impacto y forcejearon violentamente.
Una nueva explosión hizo saltar en pedazos la pared de la habitación que daba al exterior y, enmarcado en el agujero, apareció el Heraldo Espacial, posado sobre la azotea de uno de los edificios adyacentes. El sol de Alarkán se reflejaba en su silueta plateada.
Las personas que recorrían las calles de Alarkán corrieron a refugiarse de la lluvia de escombros que se les vino encima. Unos se escondieron bajo los pequeños puestos de frutas que salpicaban el empedrado; otros se protegían en el interior de los edificios o en los vanos de las puertas. El caos se había adueñado de la ciudad y nadie daba crédito a lo que veía.
El puño de Gladius se estrelló en el rostro de Dorian y este, sin perder un momento, contraatacó golpeándole a su vez. Ambos hombres peleaban violentamente. Uno, impulsado por el deber de obedecer a su rey; al otro, simplemente le guiaba la ira y el odio.
Por desgracia, la superioridad de Gladius era evidente y Dorian, dolorido por la tortura que su enemigo le había infligido, estaba perdiendo terreno. Pensó en usar el Aura y acabar de una vez por todas con la miserable vida del general, pero el precio que podía pagar era demasiado alto. Lo había usado muy poco en su vida. La última, un año antes en Looner. Esa última vez había quedado muy debilitado. Los efectos de la ponzoña no habían hecho estragos en él entonces, pero no estaba dispuesto a arriesgarse de nuevo. Ahora tenía demasiado que perder.
Cuando Gladius le dio una patada en el estomago y lo derribó, haciendo que su espalda golpeara con fuerza contra la pared, la imagen de Moon se volvió clara en su mente. Ella era su vida, ella era todo por lo que luchaba. Por ella se resistía a usar el Aura y matar a Gladius.
A su alrededor, Dahi mataba a un soldado disparándole en la cabeza y Bran lanzaba a otro por la ventana. Todos los soldados de la Guarida Monárquica habían caído. Unos, bajo los brutales golpes de Bran; otros, cuando un rayo del Heraldo se estrelló contra ellos, y el resto de mano de Dahi y sus pistolas.
Dorian vio con la vista nublada como Gladius se alzaba ante él con el rostro cubierto de sangre. La pelea había sido brutal y sus efectos podían verse en los cuerpos de los dos. El propio Dorian sentía un lacerante dolor en un brazo, producto de un fuerte golpe de su enemigo.
—El rey no se enfadará si te mato en defensa propia —dijo el general mientras metía una mano bajo su túnica. Momentos después alzaba una daga que refulgió bajo el sol de la mañana de Alarkán—. A lo mejor hasta me premia por acabar con su peor pesadilla.
Dorian consiguió incorporarse y alzar las manos en el último momento, pero ya era tarde. La mano de Gladius descendió a toda velocidad directa a su cuello.
Pero la daga no llegó a su destino. En vez de eso, cayó al suelo con un repiqueteo metálico cuando un rayo se estrelló en su espalda y Gladius se derrumbó sobre Dorian. Larkin aguantó su peso un momento y, tras recuperar un poco de sus escasas fuerzas, lo empujó a un lado. La mirada de Gladius se perdía sin vida en el techo de la habitación destrozada.
Un liviano brazo le rodeó el cuello y le ayudó a levantar la cabeza. Los ojos de Moon aparecieron frente a él y su sonrisa le dio las fuerzas que necesitaba.
—Ya me darás las gracias luego —dijo ella con voz firme mientras le ayudaba a incorporarse.
—¡Chi-chicos, se-será me-mejor q-que n-nos va-vayam-mos! Un mon-montón de gen-gen-gente vi-viene a  u-unirs-se a la fi-fi-fiesta —el menudo cuerpo de Jinx apareció en el lugar donde, minutos antes había estado la ventana. Tras él, el Heraldo Espacial esperaba tembloroso sobre la azotea de un edificio cercano.
Dorian se puso en pie a duras penas apoyado en el hombro de Moon. Le dolía todo el cuerpo pero se recuperaría. Había salido de situaciones peores. Bran acudió rápidamente a sustituir a la muchacha y sus fuertes brazos pronto levantaron a Dorian colgándoselo sobre sus robustos hombros. Larkin sintió una punzada de dolor en el hombro por el movimiento.
—Oye, Bran —se quejó—. Un poquito de cuidado.
—No hay tiempo para delicadezas, amigo —replicó el hombretón atravesando de un salto la habitación hacia la ventana—. ¿Prefieres quedarte a pelear con el resto de invitados?
Como invocados por las palabras de Bran, cuatro hombres aparecieron por la puerta tras subir la escalera. Llegaron solo para ser abatidos por los rayos de Dahi, Moon y Jinx. Detrás de ellos, comenzaron a aparecer más.
Los cinco amigos saltaron de un edificio a otro para llegar al Heraldo. A Bran no pareció costarle ningún trabajo dar el salto con Dorian sobre sus hombros. Varios rayos de energía mordieron el suelo a su alrededor, antes de que Jinx abriera la compuerta de la nave y todos se refugiaran en su interior.
—Te-tenemos que mar-mar-march-charnos ya —tartamudeó Jinx en cuanto la compuerta se cerró mientras se dirigía a la cabina de mandos—. Se-seguro q-que ahí afuera ha-hay más de u-una na-nave esp-espere-rando-donos.
—¿Cómo te encuentras? —Moon se sentó junto a Dorian, sobre el cómodo asiento en el que Bran le había instalado.
Larkin se incorporó dolorido y cerró los ojos para aplacar el dolor que sentía en el rostro, el brazo y el costado. Gladius le había pegado fuerte y la pelea con él había sido extenuante pero se obligó a levantarse. No habían conseguido salvar al profesor. Ese había sido el único objetivo de su misión y habían fallado. Para Dorian, aquél había sido un gran fracaso, pensó Moon mientras le miraba caminar por la nave, apoyándose en los muebles que encontraba a su paso. Un fracaso mucho más grande que no poder derrotar a Hack. Para Dorian, la vida de un ser humano valía más que cualquier cosa en la galaxia y por eso estaba sufriendo por dentro.
La nave tembló y Moon sintió que la máquina se levantaba suavemente del suelo manejada hábilmente por Jinx.
—Será mejor que te sientes, Dorian —le aconsejó ella—. El viaje promete ser movidito.
—El hombre al que hemos venido a salvar no podrá moverse nunca más —replicó él acercándose a la cabina en la que Jinx pilotaba—. Ya descansaré cuando salgamos de ésta.
Bran y Dahi miraron a Moon que apretó los labios dándose por vencida. Cuando Dorian estaba así, lo mejor que podían hacer por él era dejarle en paz.
—¿Cuál es la situación? —preguntó Dorian apoyándose en el asiento de Jinx y observando con ojo experto los mandos de la nave.
—Tres na-naves han apa-pare-reci-cido en el ra-radar —contestó el piloto—. Nos pe-persiguen.
Dorian hizo una mueca de desagrado. Les iba a resultar difícil despistar a tres cazas. Poco a poco, el paisaje que veían a través de la ventana delantera cambió del lugar árido en el que habían estado a la oscuridad más absoluta, solo salpicada por las lejanas y distantes estrellas.
—Pon la máxima velocidad —ordenó Dorian—. Tenemos que dejar atrás a esos canallas.
—Eso va a-a s-ser di-di-difícil, Do-Dorian —tartamudeó Jinx sin apartar la vista de la ventana—. Lo-los ca-cazas que nos pe-persig-siguen son un un-nuevo mod-modelo. Vue-vue-vuelan más rá-rápid-pido que el He-heraldo.
—Nos darán alcance sin remedio —comprendió Larkin pasándose la mano por la frente. Le dolía todo el cuerpo y la cabeza le zumbaba sin parar.
De pronto, la nave dio una sacudida. Dorian, cogido por sorpresa cayó hacia atrás y chocó contra la pared de metal.
—¡No-nos han da-dado! —anunció Jinx.
—¡Intenta despistarlos! —gritó Dorian mientras se levantaba y otra sacudida volvía a invadir el Heraldo.
Desde la parte de atrás llegaron gritos y Dorian se giró a tiempo de ver como Bran se levantaba para acercarse a un foco de incendio, que se había encendido al otro lado de la nave.
—¡Estamos heridos! —gritó el hombretón mientras agarraba un largo tubo que colgaba del techo y giraba la manivela para que expulsara espuma. El material cayó sobre el fuego que se extinguió al momento.
Jinx frunció el entrecejo y soltó una maldición con la que, milagrosamente, no tartamudeó.
—¿Qué pasa? —preguntó volviendo su mirada hacia su amigo.
—E-ese im-im-impac-pacto ha des-des-tr-troza-zado el ci-ci-cilindr-dro de energi-gia.
—¿Y qué significa eso?
—Per-per-perdemos ve-veloci-cidad.
Dorian cerró los ojos desalentado. Todo estaba yendo de mal en peor. Cuando habían decidido ir a Alarkán a rescatar al profesor no había pensado que todo saldría de aquella manera.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó intentando serenarse mientras la nave daba otra sacudida por un nuevo impacto. Por la ventana de la derecha vio como uno de los cazas que le perseguía se ponía a su altura. Los habían alcanzado.
Jinx desvió la mirada del espacio para dirigirla a la pantalla holográfica que tenía frente a él. El radar le mostraba tres puntos azules que se arremolinaban a alrededor del centro de la pantalla. Un poco más lejos había otro punto verde, bastante más grande.
—Es-estamos cerca de Ba-Belasia, u-uno de los sa-sateli-lites de A-Alarkan —contestó secamente mientras viraba el rumbo bruscamente para evitar una nueva oleada de rayos de energía—. Po-pode-demos in-intent-tar un a-aterriza-zaje for-forzoso. Pe-pero no hay mu-muchas po-posibi-bilida-dades de con-conseguirlo.
—¿Por qué?
—Es mu-muy pe-pequeño —explicó el piloto sin perder de vista el caza que se posicionaba frente a ellos—. Ti-tiene mu-mucha graveda-dad. El He-heraldo caerá mu-mucho más ra-rápido y se-será ca-casi impo-posible de-detener-nerlo a e-esa ve-veloci-cidad.
Dorian volvió a maldecir.
—Sin con-contar con que per-perdemos e-e-energí-gía por mo-mo-ment-mentos —continuó Jinx—. E-eso no me de-dejará mu-mu-mucha capaci-cidad d-de ma-manio-obra.
—En una palabra, que estamos en un buen lío ¿no?
—Bá-básicamen-mente.
Dorian se giró y miró al resto de sus amigos. Bran estaba sentado con la mirada fija al frente. No tenía miedo, de eso estaba seguro Dorian. Pero en su rostro podía ver que el hombretón sabía exactamente la situación en la que estaban sin necesidad de oír las palabras de Jinx. Dahi, sentada a su lado, le miró y le sonrió trasmitiéndole su fuerza, sus energías, mientras abrazaba a Moon.
Dorian cerró los ojos. Su esposa sí que tenía miedo. Y él la había llevado hasta allí. Volvió a abrir los ojos para enfrentarse a la mirada de la muchacha. Por su culpa iba a morir. Él la había sacado de su planeta natal y la había llevado por toda la galaxia corriendo peligro hasta acabar así, aplastada contra el suelo de un planeta del que ni siquiera sabía el nombre.
Ella alzó los ojos y le miró. Sonrió. Dorian le devolvió una sonrisa triste. Aún en aquellos momentos, Moon le daba fuerza y optimismo. No podía dejar que aquella sonrisa muriera. No podía dejar que ninguno de sus amigos desaparecieran por seguirle a él. Les debía demasiado como para quedarse de brazos cruzados mientras ellos esperaban la muerte. Entonces tomó una decisión.
—¡Jinx! ¡Por rumbo a Belasia! —ordenó—. Vamos a aterrizar allí.
—N-no lo con-consegui-guiremos —advirtió el piloto.
—Sí lo haremos —replicó Dorian caminando con paso decidido hacia la parte trasera de la nave. Una vez allí abrió la puerta que escondía el generador de energía—. Yo le daré al Heraldo la energía que le falta.
—No, Dorian. Es muy peligroso —Bran se levantó bruscamente haciendo caso omiso al temblor que invadía en aquél momento la nave. Al contrario de lo que creyó en un principio el hombretón había escuchado con claridad la conversación entre Jinx y Dorian.
—Tie-tiene ra-razón —estuvo de acuerdo Jinx—. En-entre la gra-gravedad del pla-plane-neta y la pe-perdida d-de e-energí-gia de la na-nave ten-tendrías q-que u-usar de-demasia-ado A-aura.
—Eso te mataría —intervino Moon librándose del abrazo de Dahi para acercarse a Dorian.
—Y si no lo hago, todos moriréis —replicó Dorian zambulléndose en los ojos de su mujer—. Tú morirás. No puedo dejar que eso pase.
—Pero… —Moon intentó hablar pero Dorian la interrumpió abrazándola con fuerza. La muchacha comenzó a llorar.
—Me habéis seguido todos fielmente desde que todo esto empezó —dijo Larkin sin dejar de abrazarla—. Habéis estado en multitud de ocasiones en peligro por mí y nunca he podido agradecéroslo. Es hora de hacerlo.
Moon se soltó de su abrazo y clavó un dedo en su pecho. Dorian notó su tacto tembloroso.
—No puedes dejarme —le recriminó—. No ahora.
—Si no lo hago morirás —respondió Larkin en un susurro—. Puedes rehacer tu vida, Moon. Vete lejos, empieza una nueva vida lejos de la Resistencia. Yo moriré feliz de que tú vivas.
—Pero…
—Aunque no me guste tener que decir esto —intervino Dahi levantándose para acercarse a sus amigos—, Dorian tiene razón.
Larkin clavó sus ojos bicolores en la mujer de piel negra, agradeciéndole su apoyo con la mirada. De todos los componentes de la Resistencia, Dahi siempre había sido la más sensata. La mujer sabía que, aunque era una decisión difícil, la única manera de salir de aquél atolladero era con la actuación de Dorian. Solo así podrían seguir adelante y derrotar de una vez por todas a Hack.
—¿Cómo te atreves a decir eso? —Moon se volvió hacia ella con la mirada llena de cólera—. Dorian es tu amigo.
—Y también lo eres tú, y Bran y Jinx —replicó Dahi—. Sinceramente, si me dan a elegir entre perder a un amigo o perder a cuatro, elijo perder sólo a uno.
A pesar de sus palabras, Moon vio en la expresión de ella la tristeza de quien deja ir a un ser querido para no verlo nunca más. Sus ojos brillaban por la pena de lo que estaba sucediendo. Se habían visto en una encrucijada y el único modo de seguir el camino era perdiendo a uno de ellos.
Moon volvió a girarse para enfrentarse a su marido. Los ojos de él brillaban con intensidad pero en su rostro veía decisión y seguridad. Estaba seguro de lo que quería hacer y lo haría, le dejaran o no.
La nave volvió a vibrar bajo el impacto de una nueva andanada de rayos. Los cazas que les perseguían les estaban acribillando. El Heraldo perdía velocidad por momentos.
—No-nos acercamos a Ba-Belasia —anunció Jinx ajeno a todo lo que sucedía en la parte trasera del Heraldo.
Dorian dio un paso al frente para abrazar con fuerza a Moon que le correspondió entre lágrimas. El hombre sostuvo el frágil cuerpo de su esposa mientras se empapaba de su olor y de su alma. Él también comenzó a llorar. Un año antes habría dado su vida sin ningún problema, sin pensarlo. Ahora, a pesar de que estaba seguro de lo que iba a hacer, sentía una fuerte congoja en lo más profundo de su corazón.
—Te quiero —susurró a modo de despedida antes de separarse de ella. Sus manos se amarraron con las de Moon mientras lo hacía, como queriendo aferrarse a la vida que ella le daba hasta el último momento.
Moon, por su parte no dijo nada, con el rostro anegado en lágrimas. No podía creer que aquello estuviera sucediendo.
—Dorian… —susurró cuando sus manos se separaron por fin y lo vio alejarse en compañía de Bran que posaba una de sus enormes manos sobre el hombro de él—. No, por favor, no lo hagas.
Moon reaccionó al fin e intentó acercarse a Dorian para detenerle, para intentar convencerle de que lo que iba a hacer era una locura, pero los brazos de Dahi la retuvieron con fuerza. La nave volvió a temblar. Moon y Dahi cayeron al suelo abrazadas. Bran y Dorian simplemente se agarraron a la pared y continuaron su camino.
—¡No, Dorian, no lo hagas! —repitió la muchacha intentando librarse del abrazo de su amiga—. No me dejes, por favor.
—Tranquila, Moon —susurró Dahi en su oído.
Dorian se giró justo cuando llegó al generador de energía. Clavo su mirada bicolor en ella y tragó saliva. Quiso decir algo, pero el dolor era demasiado fuerte. Con decisión agarró los cables que Bran le tendía y los enrolló en cada uno de sus brazos. Las luces del Heraldo se apagaron y la oscuridad cayó sobre ellos.
A varios metros de él, Moon seguía forcejeando con Dahi para acercarse. Entre las tinieblas, Dorian escuchó los ahogados sollozos de su mujer.
De pronto, la nave ganó velocidad. Acababan de entrar en Belasia y la fuerte gravedad del planeta hacía efecto sobre el Heraldo.
—¡Esta-tamos cayendo! —gritó Jinx desde los mandos—. ¡Ne-necesita-tamos e-energía ya!
Dorian no perdió un solo instante más. Con las lágrimas cayendo por sus mejillas invocó el poder del Aura que le mataría a él y, con un poco de suerte, salvaría a sus amigos y a su esposa. Las luces del Heraldo volvieron a encenderse pero él ya no pudo ver a Moon. Tenía los ojos cerrados para concentrarse y expulsar toda la energía posible.
Notó como la máquina vibraba, protestando por la súbita y brusca subida de energía. El sonido de la nave al adquirir velocidad invadió toda su existencia. Escuchó los gritos de sus amigos. Poco a poco su cuerpo fue perdiendo fuerza. Su mente se fue disipando en la inconsciencia. Pero a través de la oscuridad que le rodeaba, su último pensamiento fue para Moon.
Antes de perder por completo el conocimiento reunió el valor y la fuerza para pronunciar sus últimas palabras:
—Te quiero, Moon.
Entonces la oscuridad se sumió sobre él.

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