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Escribir = sacrificio
Ayer leí un post de Facebook de Daniel Estorach que me hizo pensar. Sí, porque yo a veces pienso. Luego me atacan las migrañas, claro, pero esa es otra historia. El post en cuestión hablaba de los crowfundings para publicar libros, hacer películas o lo que se tercie. Normalmente en estas actividades se recauda dinero para la impresión, para pagar un diseñador para la portada, maquetación...
Pero ¿qué pasa con los autores? ¿No tienen derecho a ver recompensado su trabajo de forma económica? A veces pensamos que los escritores no necesitan dinero. Como si fueran entes fuera del espacio y el tiempo. No sé, yo soy escritor (o lo intento) y de vez en cuando me gusta comerme una pizza. Soy así de raro. También pago luz, agua... Ya sabéis, esas cosas que hacen los mortales.
Y muchas veces, con iniciativas como las de los crowfundings de este tipo, somos nosotros mismos los que estamos devaluando nuestro propio trabajo. Igual que poner nuestros libros en Amazon a precios de risa (sí, yo también lo he hecho. Y me he retractado. Ya hablaré otro día sobre el tema) o, peor, publicar todo completamente gratis. Cada cual es libre de hacer con sus novelas lo que le de la gana, por supuesto, pero debe ser consciente de lo que está haciendo.
Sí, ya sé lo que me vais a decir: «¡Eh! Pero tú pusiste el otro día una novela gratis. ¡Y vas a poner más, capullo!». Pues sí, es interesante que saquéis ese tema, porque hay una diferencia. Una cosa es poner todas tus obras completamente gratis, y otra distinta, regalar una de las diez o doce que tienes publicadas para que la gente te conozca. O escribir pequeños relatos para complementar tu saga. Hay una diferencia.
Aclarado esto, hay algo que, como lectores, tenéis que saber. Y aquí no voy a entrar en materia de piratería porque, al fin y al cabo, cada uno de nosotros tiene su propia opinión al respecto y es algo contra lo que los escritores no podemos luchar. Yo voy a hablar del autor, de la persona.
El autor de ese libro que te ha gustado tanto no lo escribió mientras dormía, no. Al contrario, no dormía para poder escribirlo. Ese libro que tanto te ha molado tampoco fue escrito por su familia, que va. Al contrario, el autor no estuvo con su familia para poder escribirlo. Esos personajes, esas tramas que te han hecho soñar, no aparecieron gracias a las musas. Fue producto de un intenso trabajo por parte de la persona que hay detrás de esa historia. Las cosas no vienen solas en esto de escribir novelas.
Tampoco penséis en el autor, como esa persona, sentada en una cafetería, observando a todo el mundo para recopilar ideas. ¡Que va, hombre! Un escritor se levanta a las seis de la mañana y, con los ojos pegados por las legañas, se sienta frente a su ordenador, con una taza de café humeante en la mano y escribe lo que buenamente puede antes de que den las siete y media, porque se tiene que arreglar para ir al trabajo.
¡Ah! ¿Qué pensabais que escribir era su trabajo? Pues depende, si está en paro, pues a lo mejor sí, pero lo normal es que tenga un empleo de ocho horas o cosa así. Empleo al que se va a las ocho de la mañana y del que no vuelve hasta las ocho de la tarde. Y después tiene que estar con sus niños (si los tiene) o ir a la compra.
Cuando llega el fin de semana tiene más tiempo para escribir, claro que sí. Pero también tiene que dedicar a su familia el tiempo que no le ha podido dedicar a lo largo de la semana. Lo que significa que en sábado y domingo, sigue levantándose temprano para escribir. Para poder hacerlo todo.
Por fin, después de un año madrugando e intentando hacer diez mil cosas al mismo tiempo, llega el momento de la publicación. Da igual si va con editorial o por libre, hay una cosa de la que no se libra casi ningún autor: promoción. Quien diga que un libro no tiene que ser promocionado, es que no tiene ni puñetera idea de qué va el mundo. Puedes escribir una auténtica maravilla, la mejor novela de la historia, pero si la gente no sabe que existe, no vendes. Punto pelota.
Así que ahí que se pone el tío, a idear planes de marketing, escribir relatos que amplíen la historia, publicar posts en su Redes Sociales y en su blog. Ah, pero... ¡espera! Todos sabemos que después de la primera novela viene la segunda. Así que, al mismo tiempo que publicita la primera novela, tiene que escribir la segunda, llevar a los niños a la guardería, ir a trabajar ocho horas diarias, pasarse por el Mercadona a comprar pescado, dedicarle un ratito de vez en cuando a su pareja y, si hay tiempo, visitar a su madre.
Eso sin contar con los rollos psicológicos que nos montamos a veces los que escribimos historias. ¿Funcionará esta escena? ¿Y este personaje? ¿Tiene gancho? Mejor reestructuro el guión. Si no hago guión, reestructuro la novela entera. El estrés que genera una vida así te hace escribir un poco regular, lo que implica corregir, repasar y poner tildes donde se te hayan escapado.
¿Y todo esto para qué? Para que el lector tenga su historia, sueñe y disfrute. ¿A cambio de qué (económicamente hablando)? De un dinero que apenas te llega para comprar el pescado del Mercadona.
¿Qué quiero decir con todo este tocho que os he escrito? Que el autor de un libro tiene la poca vergüenza de vivir, el muy capullo. Que está quitando tiempo a su familia, a sus amigos, a su descanso... Que escribir un libro no es tan bonito como parece en las películas, que tiene un trabajo y sacrificio enorme detrás. Y que sí, joder, que los escritores también pagamos facturas.
Así que, amigos escritores, la próxima vez que hagáis un crowfunding de esos, tened en cuenta vuestro propio trabajo. Y lectores, apoyad a esos autores que tanto os gustan, porque a pesar de todo lo que he escrito, una de las mayores recompensas que podemos tener los que hacemos esto, a veces, es simplemente una palmadita en la espalda y una recomendación a vuestros amigos.
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