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Fragmento de Quinox, el ángel oscuro 5: Ascensión

Portada de Quinox 5: Ascensión disponible en Amazon
Bradley no recordaba gran cosa de su vida anterior. Sabía que había hecho cosas reprobables, que no era una buena persona, pero la verdad era que no sentía ningún tipo de arrepentimiento. Tenía imágenes fugaces, destellos en su memoria que le mostraban la clase de monstruo que había sido. Por ejemplo, recordaba haber violado y asesinado a una mujer; sabía que había secuestrado a un niño y robado un par de bancos. Pero poco más, el resto de sus recuerdos no eran más que una nebulosa que se deshace en jirones.
Y le daba igual. Le importaba bien poco lo que hubiera hecho antes de que aquéllos extraños hombres trajeados le encontraran en un callejón de Raven City, rebuscando en la basura algo que echarse a la boca. A partir de ese día su vida cambió. Nunca supo qué le hicieron, pero tenía unos poderes con los que nunca había soñado, había olvidado toda su vida y estaba agradecido por ello. Luego, le vendieron a aquél hombre, Lance LandWood, como si fuera mera mercancía. Y seguía sin importarle. Allí, en aquél castillo de los Alpes suizos tenía todo lo que quería. Y para él estaba bien.
Los hombres que le acompañaban tenían una historia similar. Todos eran desechos humanos que habían encontrado una nueva vida, acorde a sus intereses. Por eso llevaban los rostros cubiertos por máscaras. No eran nada, no eran nadie. Solo una mercancía que realizaba su trabajo de la manera más eficiente.
—Ese tío era peligroso —comentó uno de ellos que caminaba a su lado, hundiendo los pies en la nieve. Bradley reconoció la voz de Jim—. Tenía alas ¿lo viste?
Su compañero tenía razón. Hasta el momento no habían visto nada igual. Y eso que LandWood hacía todo tipo de cosas extrañas. Desde que estaban allí, habían visto cosas que nadie creería, criaturas de todo tipo. Pero nunca a un humano con alas y espadas de fuego.
—Sí, lo vi —contestó examinando con atención a su alrededor—. Pero ese tío es distinto de las chicas de la semana pasada. Tenemos que ir con cuidado.
LandWood les había ordenado salir al bosque y encontrarle. No podía haber ido muy lejos, pues antes de escapar recibió varias descargas de energía que, estaba seguro, le habían hecho bastante daño.
Tras ellos, el resto del pelotón, formado por diez hombres, caminaba pesadamente entre la nieve, pero todos miraban hacia los lados, dispuestos a atacar en cualquier momento. Había amanecido un rato antes y el cielo aparecía limpio de nubes. Mejor, pensó Bradley, así verían con más claridad.
Levantó el puño de repente, para indicar a sus compañeros que se detuvieran. Todos le obedecieron y miraron con el ceño fruncido hacia dónde Bradley les indicaba. Había visto moverse unos matorrales. Podía ser un conejo o cualquier animal pero nunca se sabía.
Se acercó lentamente, sin hacer ruido. Llevaba el dedo extendido hacia delante con la intención de disparar su descarga en cuanto viera un movimiento en falso. LandWood les había ordenado llevar al hombre vivo y haría todo lo posible porque así fuera, pero tampoco dudaría en matarlo si se veía obligado a ello.
Jim le cubrió desde un lado, para rodear el matorral y evitar la huida. De pronto, una luz negra surgió de la maleza. La cabeza de Jim salió despedida hasta caer en la nieve con un golpe sordo. Todos comenzaron a disparar sus rayos de energía hacia el matorral, pero una sombra surgió de la nube de nieve que habían formado.
Dos alas de cisne negras taparon el sol un instante, mientras la figura volaba sobre ellos. Hizo una pirueta en el aire y aterrizó al otro lado, pillándolos desprevenidos. De un rápido movimiento, la espada negra cercenó dos cuellos y atravesó un estómago. Los supervivientes dispararon, pero la silueta voló hacia un lado y se perdió tras unos árboles.
—¡Maldita sea! —rugió Bradley mientras hacía recuento de los hombres que le quedaban. En un momento había matado a cuatro. Solo le quedaban seis—. Buscadle. Recordad que LandWood lo quiere vivo, pero eliminadlo si no tenéis otra opción. ¿Ha quedado claro?
Varios de sus compañeros emitieron gritos, dando a entender que lo habían comprendido. Bradley se internó en un pequeño grupo de árboles junto a otro de sus hombres. No hablaron. Solo miraban entre las ramas y los montículos de nieve. En cualquier momento podía aparecer ese extraño individuo con alas. Una sombra se movió a su derecha y Bradley se giró a tiempo de ver como otro soldado caía al suelo, con el cuerpo dividido en dos trozos sanguinolentos.
—Cinco —hizo recuento en voz baja—. Solo cinco.
Respirando hondo para tranquilizarse siguió caminando, hundiendo los pies en la nieve. Podía sentir el sudor resbalar por su frente. Nunca se había visto en una situación similar. Siempre fue él el que llevaba las de ganar. No estaba acostumbrado a ver como alguien eliminaba de esa manera a sus hombres.
Algo oscureció el cielo. Cuando Bradley levantó la mirada, solo pudo ver dos alas negras volando a la derecha. Automáticamente se escuchó un desgarrador grito, seguido de un gorgoteo. Y luego el silencio.
—Cuatro —susurró.
—Esto es una locura, Bradley —musitó su compañero a su lado—. Nos está destrozando.
—Solo tenemos que verle —dijo no muy convencido—. Verle y dispararle.
—Pero...
No pudo terminar la frase. De nuevo, la figura apareció volando tras él y se lo llevo, elevándolo en el cielo unos treinta metros. Bradley los vio alejarse con los ojos abiertos como platos. Tuvo que cerrarlos cuando el individuo alado dejó caer al soldado desde las alturas. Escuchó el fuerte sonido de su cuerpo al estrellarse contra el suelo.
—Joder —masculló volviendo a abrir los ojos—. Tres.
Un grito a su izquierda le indicó que ya eran dos los hombres que le quedaban. Algo se movió a su derecha. Bradley se giró repentinamente con el dedo extendido, pero se relajó al ver a su único compañero corriendo entre los árboles. Tenía una expresión en el rostro de auténtico terror.
—¡Corre, Brad! —gritaba—. ¡Corre antes de que...!
La sombra volvió a aparecer. Fue apenas un borrón negro que empujó al hombre contra un árbol con tal fuerza, que Bradley pudo escuchar con total claridad el sonido de sus huesos al quebrarse.
—¡Maldita sea, hijo de puta! —gritó—. ¡Da la cara! ¿Dónde estás?
—Justo detrás de ti.
Bradley se volvió aterrado, con la mano levantada para disparar. Pero un agudo dolor en el hombro le impidió hacerlo. Luego, ese mismo dolor se instaló en su muslo. El hombre que tenía delante, extrajo la espada de fuego negro de su piel y le propinó una fuerte patada en el pecho que le derribó sobre la nieve.
—¿Qué eres? —le preguntó.
El tipo era joven. Debía tener unos treinta años, pero su rostro demacrado y cubierto de sangre le daba un aspecto mayor. Las dos alas negras se elevaban unos dos metros tras su espalda. Eran esponjosas y, aunque a Bradley le resultara increíble reconocerlo, preciosas. La espada de fuego desapareció de su mano cuando se agachó junto a él y le agarró del cuello de la camisa.
—La pregunta es ¿qué eres tú? —le dijo—. ¿De dónde habéis salido? ¿Quiénes sois?

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